RAÚL SALGADO | Ferrol | Lunes 18 julio 2016 | 7:34
Ocho décadas exactas han transcurrido desde el golpe militar que desencadenó la Guerra Civil, el alzamiento que marcó la apertura del régimen totalitario de un ferrolano. El origen de Franco sigue suponiendo un lastre, uno de tantos detalles que dan a entender que incluso los veinte años que restan hasta que se cumpla un siglo podrían resultar insuficientes para desterrar viejas historias.
Muchas heridas siguen abiertas, muchas herencias de aquel paso atrás marcan el devenir cotidiano de todo un país. Un 18 de julio imborrable por aspectos tan mundanos como la paga extraordinaria del verano en el que Ferrol no presentó muchas reticencias sobre el papel al dominio del llamado bando nacional teniendo en cuenta la fortaleza de la Armada en la ciudad.
La contienda bélica, lejos de esa aparente sencillez con la que se resolvió su inicio, derivó en fusilamientos indiscriminados tan o más abundantes que en otros puntos de la geografía. El castillo de San Felipe fue uno de los que acogió tales aberraciones, pero descampados o inmediaciones de espacios naturales, caso del entorno de Cedeira, también presenciaron el horror.
Capital de la Marina de Guerra en el noroeste hasta hace poco, ese hecho jugó a favor de las tropas franquistas para hacer suya la franja norte de España con cierta rapidez. Sin las comunicaciones de hoy, se gesta la sublevación y esa misma jornada dejan la ría dos de los principales barcos de su base, algo que desequilibró el poder republicano en la entonces ciudad departamental.
Los mandos del Arsenal decantaron la balanza a favor de Franco y se vieron respaldados por oficiales de relieve, declarándose el estado de guerra y ocupando un Ayuntamiento que no estaba en la plaza de Armas, sino en el Cantón. El motín encontró sustento en Ferrol y Cádiz, mientras que Cartagena mantenía una mayor fidelidad a la República.
José Giral, ministro de Marina, ordenó ceses apenas cinco días antes del levantamiento al estar sobre aviso por las intenciones de determinados militares. Entre ellos, el jefe del Estado Mayor en la base ferrolana, Manuel Vierna. En la gallega y en la gaditana triunfó con rapidez el golpe. Tras los ceses, asumía el vicealmirante Indalecio Núñez Quijano como titular de la plaza.
Dijo que se solidarizaba con el Ejército y fue relevado de inmediato por el contralmirante Azarola, al que ahora recuerda la plazoleta que comparten el Parador de Turismo, el Palacio de Capitanía y los jardines de San Francisco. Antonio Azarola Gresillón no pasó desapercibido en el Ferrol de los 30, ya que se le atribuye el freno a una reconversión en los astilleros.
Navarro de nacimiento, fue fusilado a las seis de la mañana del 4 de agosto en el cuartel de Dolores, apenas dos semanas después del comienzo de la guerra. Respondió con dureza a las acusaciones en Consejo de Guerra, un juicio sumarísimo en el que se le condenó a muerte por «delito de abandono» de su destino como jefe del Arsenal en plena actividad de «rebeldes y sediciosos».
Acusado de inhibirse en sus funciones y de retirarse «a sus habitaciones particulares» tras oponerse a declarar el estado de guerra, arguyó «consideraciones de carácter militar» para rechazar «un acto sedicioso». Su negativa devino en fricciones, con la dotación amotinada en el crucero Almirante Cervera pero incapaz de lograr su objetivo final de salir de dique.
Se rendirían tras el bombardeo de la base de Marín. Este hecho, unido a que el destructor Velasco no se amotinase, también supuso la capitulación del España. Los fusilamientos llegarían a continuación. Dos unidades sí dejaron los muelles, pero una sería atrapada poco después.
El vigor franquista en la contienda se acrecentó con la incorporación de dos barcos en construcción en la actual Navantia, el Canarias -entregado en septiembre del 36- y el Baleares -tres meses más tarde-. El Canarias, por ejemplo, localizó al Mar Cantábrico cerca de Santander. A bordo, 60 personas y un amplio cargamento de víveres o munición para los republicanos.
Trasladado a Ferrol, fue paseado la mitad del pasaje. Empezó aquel trienio fuera de la ciudad el emblemático Galatea, buque escuela español que pudo regresar a puerto burlando posibles bloqueos. Destacó también el marques de Alborán, denominación que recibió en su día la que conocemos como plaza de Armas.
Realmente almirante Francisco Moreno, tomó el mando del Arsenal tras el golpe de Estado y fue nombrado jefe de la flota nacional. Uno de tantos oficiales que subirían en el escalafón al término del enfrentamiento civil; en el de las Fuerzas Armadas y en el del propio Gobierno de Franco, trufado de uniformes.
Pocos días de duelo abierto en Ferrol, pero los hubo. Las fuerzas sublevadas dispersaron a tiros las protestas ciudadanas y obreras ante la Puerta del Dique, con 30 muertos y más de 100 heridos en los tres días iniciales. Todo se gestó del 20 al 22 de julio, con la toma del Ayuntamiento el 21.
Ayudó un Ejército de Tierra potente en Ferrol en los años treinta: impiden la salida de soldados pro-republicanos y controlan áreas estratégicas del casco urbano con su batería de Artillería. Calle del Sol y bajan a María mientras hacen lo propio los de Infantería de Marina desde el campo de Batallones, en Esteiro.
Se considera que acaba la contienda en Ferrol a las 07:30 horas del 22 de julio con la entrega de los ocupantes del España. La resistencia fue insistente durante y después de la guerra, pero abocada al fracaso ante el poderío militar en la mayor base de la Marina de Guerra de toda España.
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