RAÚL SALGADO | @raulsalgado | Ferrol | Viernes 3 abril 2015 | 18:05
Calor, pero no tanto como en 2014. Algo que se agradecía al mediodía de este Viernes Santo en la plaza de Armas, repleta de miles de curiosos dispuestos a asistir al Santo Encuentro, la procesión más multitudinaria de la Semana Santa y central de su día grande.
Un desfile que son tres, con dos marchas que parten del templo de Dolores y desembocan en Armas para unir cuatro pasos entre aplausos. Sin embargo, esas muestras de aprobación del público son constantes en su periplo por las céntricas calles Real y Dolores. A pie de calle, ante pequeños y mayores, frente a lugares clave como las balconadas del Hotel Suizo o el Casino Ferrolano.
Con un reclamo añadido en 2015: el capuchoncito que despierta furor en redes sociales. Sale de Amboage al ritmo de tambores el Nazareno y afronta el descenso por Real, todo está empezando y la tranquilidad reina todavía.
Turistas y ferrolanos
Asoma a la plaza consistorial frente a los ojos de miles de turistas y ferrolanos, armados con teléfonos de última generación y, cada vez más, tabletas tan grandes como el tomo de una enciclopedia. Cualquier rincón es atalaya privilegiada y los edificios más altos de Armas se cotizarían caros en otra Pasión, pensemos en Sevilla.
Pequeños puntos humanos en sus ventanas se divisan desde la terraza del Palacio Municipal, a la que se incorporan esta vez la ferrolana Corina Porro o el cronista social Josemi Rodríguez Sieiro entre el despliegue de cámaras y fotógrafos.
Discurren las procesiones guiadas con una aparente puntualidad, que luego trastoca el Encuentro, ya que está trazado al milímetro y cada uno espera su turno. Cuando el Nazareno ya se codea con la intersección de Galiano y Rubalcava, no han llegado a la primera manzana de Dolores sus compañeros de viaje: San Juan, la Verónica y la Virgen de Dolores.
Olor a incienso
Los primeros olores a incienso no serán fugaces, la neblina y la altura de la balconada consistorial no disipan el aroma. Los tronos se comen la tableta de chocolate de A Magdalena a pequeños mordiscos, con las paradas obligadas cada pocos metros para recibir nueva energía.
A su salida, mucha gente, pero sin aglomeraciones, bajo los árboles y las terrazas de la plaza del Marqués. Cambiará el dibujo en Armas, con unas escaleras que se quedan pequeñas y espectadores que pugnan por el mejor emplazamiento.
Los aplausos se suceden cada pocos minutos: cuando el Nazareno espera a San Juan, al bajar la presión de los portadores, cuando sus brazos elevan al cielo a las tallas. El impacto visual parece mitigar el de las bandas de música que escoltan, no se deja de parpadear ante el preciosismo de las imágenes y los ojos escondidos tras el capuz son testigos silenciosos.
La plaza se abre como cada año para improvisar un pequeño corralón, no es el de Amboage, en el que albergar a la mitad de los tronos y propiciar el posterior desenlace. Atrás, adelante. Al vaivén de los cofrades, un breve rezo abre el apetito. Por más que se conozca, la historia sorprende cada año. Ya queda menos para volver a verla.
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