Adiós a Manel Blanco, el ferrolano total

MARTA CORRAL | Ferrol | Jueves 13 abril 2023 | 15:45

Cuesta conjugar el pretérito cuando se va a hablar de Manel Blanco aunque la enfermedad que padecía desde hace años se había llevado ya de antes un buen trozo de este ferrolano total. Cuesta porque no hace ni una semana que, en Viernes Santo, todavía pude darle un beso a cambio de una de sus magníficas sonrisas. Cuesta porque con él se va una persona buena hasta el extremo: de las que se mueven entre bambalinas pero inevitablemente acaban siendo protagonistas de los momentos hermosos.

A Ferrol, con la muerte de Manel, se le ha arrancado un pedazo de alma. Nacido en la calle del Carmen, su familia estaba al frente de Ultramarinos Blanco, donde ahora está el café Dulcinea en la calle María. Aficionado al deporte desde muy joven, además de practicar atletismo se vinculó con el Racing de Ferrol y con el OAR, poniendo palabras y música desde su condición de speaker al relato de unos años en los que menguaban los astilleros, pero le ganábamos al Real Madrid. El Arroz con chícharos, la Muiñeira de Chantada, se las debemos a él.

Desde su trabajo en el banco, primero en el de Coruña y después ya vinculado al BBVA hasta su jubilación, Manel no dejó de ser nunca esa persona servicial, buena y humilde que ayudaba a todo el mundo. Me decía su familia este jueves que tampoco se olvidó de que él mismo fue un «choni de La Graña», donde veraneó. Vinculado a la Cofradía de Dolores toda la vida y durante algún tiempo también al Santo Entierro, cofrade del Santísimo Cristo de la Misericordia, nunca se distrajo de limpiar un trono, de estar pendiente de cada detalle, de animar a toda la chavalería que pasaba por el corralón y darles su importancia.

Cuando murió mi madre, le encomendé un anillo suyo para que ese año lo llevase la Dolorosa, y lo llevó. Ahora, me dicen que murió teniendo consigo una imagen de la Virgen de los Dolores y que con ella recibirá sepultura este viernes 14 de abril en el cementerio de Catabois, a las 11:00 horas. Después, habrá funeral en San Julián. Y no puedo dejar de pensar que hará una semana justamente desde que el entierro de Cristo partió desde la misma concatedral que ahora abrirá sus puertas para que Ferrol se despida de este ferrolano de pro. Y que, además, la que tiene el escudo de la ciudad bordado en su manto estará también allí, acompañando a esta querida familia en su dolor.

A una familia que logró seguir adelante con la pérdida de Lolo cuando apenas empezaba a vivir, y que se ha mantenido unida y feliz, superando todos los escollos que la vida les ha ido poniendo. Desde Marisa, su mujer, que ha cuidado a su marido con la mayor de las ternuras y paciencia, hasta todos sus nietos y, por supuesto, sus hijos: Begoña, Lucho, Coke y Pipo, junto al resto de familiares. Todos ellos deben sentirse ahora orgullosos de cómo han arropado a su padre durante todos estos años. Del amor que le han profesado para mantenerlo vivo. Desde luego, han sido un maravilloso ejemplo.

Y aunque ahora duela el duelo, que debe doler durante un tiempo, pronto se darán cuenta de que no existe nada más bonito que haber tenido de marido, de padre y de abuelo a Manel Blanco. Y, por la parte que me toca, de amigo de mis padres, de vecino de Canido, de señor que andaba a todo filispín por el centro y siempre saludaba. Que entre el legado de bondad, de humildad y de unión que le ha dejado a su familia también les ha colado una herencia maldita, un modo de vivir, una maravillosa condena: la de querer a Ferrol por encima de todas las cosas. Gracias, Manel.