JOSÉ MARÍN AMENEIROS | Ferrol | Sábado 12 octubre | 14:23
Es curioso el empeño por hacer más glamourosas las cosas de aquí asignándoles nombres ingleses. Todo el mundo sabe que en Nueva York nunca anunciarían un concierto de Bruce Springsteen en el Madison Square Garden como «Festa rachada coa actuación do Xefe e máis a orquesta da rúa E», pero lo que en Ferrol debería ser A Noite da Moda se convierte en la Fashion Night y todos emocionados porque el nombre desprende seducción.
La presentación de la Fashion Night culmina pasadas las siete y media de la tarde en la calle Real. La recién coronada reina de la noche se baja del trono para recorrer las tiendas y esfondar su cheque de la victoria, mientras un músico callejero teclea en su acordeón Sementeira, de Fuxan os Ventos, acaso para recordar que, a pesar del nombre, esta es una noche enxebre. Pronto es eclipsado su sonido con los ritmos de moda del verano. Olga Tañón canta desde dentro de un altavoz el Todo lo que sube baja, y a ver si es al revés y al cabo va esta ciudad hacia arriba, piensan los ferrolanos.
Las calles del centro presentan por fin una agradable y festiva vestimenta. Gente de variadísima edad recorre arriba y abajo la calle Real –«¡es la tercera vez que te veo esta noche!»-, los niños juegan alocados a saltar y tocar los globos de colores que penden de las puertas de muchos establecimientos, la chavalería adolescente circula entre bromas y coqueterías. Hay más público que alfombras rosas, que ya es decir, porque este tapiz de glamouroso color pavimenta la entrada de cualquier comercio, cualquier escenario, cualquier rincón.
Una barra instalada a las afueras de una tienda de moda comienza, según las calles oscurecen y la noche cobra brillo, a recibir clientes mientras el DJ colindante anima el cotarro. Otros comercios se decantan más por impregnar de glamour clásico su patio de recreo. Un tipo trajeado hunde la boquilla de un saxo entre sus barbas, rodeando de sedosas notas unos trajes regionales gallegos expuestos tras él; cerca de la plaza de Armas, un piano acompaña la voz de una elegante señorita cantadora de ritmos enxebres; y, en la calle María, una dulce muchacha encabeza con su violín un cuarteto que vibra con la melodía tranquila y amenazante de El Padrino. Hasta que, desde un bafle, irrumpe Paquirrín con su Quítate el top. ¡Cómo para quitárselo, con el pelete que hace esta noche en Ferrol!
El grupo Miscelánea, aquí actuando en la plaza de la Constitución ayer, fueron sólo una de las innumerables exhibiciones que hubo en la Fashion Night por las calles ferrolanas. (Foto: P. B. F.)
Hasta siete glamourosos coches anunciaba el programa que serían expuestos por A Magdalena, y así es. Aunque no todos son fashion. Entre el Cadillac rosa o el Porsche rojo emerge un Pontiac Trans Am del 78 completamente negro, digno del más mafioso o macarra de la ciudad, pidiendo a gritos una chupa de cuero a juego con la carrocería. Y es la auténtica elegancia esa montura azabache, porque la posee sin pretenderla.
Y porque beber nunca pasa de moda, las terrazas y bares del centro se colman, circulan las cervezas y los vinos, y las voces quejosas por lo difícil que es encontrar hueco para cenar. ¡Así fuera todo el año! Con el olor a pizza en el ambiente, la turba hace un ruedo y un grupo mixto de sudaderas amarillas empieza unos chulescos y trabajados bailes de hip-hop. En la esquina, se enardece la concurrencia con los sones cubanos de un conjunto latino. El toro mecánico pace tranquilo dos calles más abajo, en la Magdalena, frente a un par de jóvenes que están siendo maquilladas y peinadas. Todo en plena rúa. Porque la Fashion Night es la fiesta de los comercios, de los bares, pero también de las calles del centro, del corazón de un Ferrol que revive con esta inyección de adrenalina como Mia Wallace al pinchazo de Vincent Vega. El problema es que, después de esto, alguien le vuelva a dar a la ciudad la droga equivocada. O droga, directamente.
La Fashion acaba a las 12, los Cadillac se convierten en calabazas, la fiesta –la oficial- termina y empieza otra donde algunos se marchan a perder el glamour con cada trago de más, mientras Ferrol vuelve a ser esa ciudad sencilla sin zapatos de tacón que enamora todo el año.