MARTA CORRAL | Ferrol | Sábado 4 febrero 2023 | 13:30
Hay poca gente tan ferrolana como Antonio Aneiros. ¿Más que él? Nadie. Nuestro protagonista no eligió nacer en Catabois el día de San Julián de hace 80 años, pero sí escogió amar a este terruño tanto como para ponerle el nombre del patrón a su hijo. Escogió correr por cada sendero, hacer barcos en la ría, contar las hazañas de nuestros deportistas al mundo y regalar su tiempo al Racing, un pilar básico del ferrolanismo. Después de ocho décadas y una salud envidiable, el Bisa ha dicho que no participará en más carreras populares oficiales, pero después de todo lo que me ha contado en esta charla, me temo que tendrá que desdecirse.
Antonio me recibe en el Club de Campo junto a su hija María, que nos presenta y nos sienta a la mesa a tomar un café. A estas alturas de la mañana de un sábado él ya ha estado en el gimnasio y en la piscina, recibiéndome antes de ir a buscar a su mujer, Marisa, y regresar a las instalaciones de Mandiá, donde come semanalmente con los suyos: «Llevo siendo socio de aquí desde cuando solo había pistas de tenis, en el 73 o así, unos 50 años», me dice, precisando que «nos duchábamos en el molino, que es ahora la Casa de los Patos». Siento frío solo de imaginármelo.
Advierte, dándole sorbos al café, que con los años «me emociono más»: «La vida son fases, etapas. Yo afortunadamente las viví todas y me considero ahora en la más feliz, la última. Tengo la fortuna de tener salud, una familia que me quiere, amigos». Le emplazo a contarme esta vida feliz desde el principio y me advierte con ironía que, quizás, no me llegue la cinta para grabarlo todo. Nos reímos, pero empezamos la charla, agradable, siempre corta. Antonio empezó jugando al fútbol de extremo derecho porque, confiesa, «yo era malo, pero corría». Después ya empezó a compaginarlo con el atletismo, sobre todo las largas distancias, y cuando se casó, empezó su pasión por el tenis en el club de Redes.
Sus principios en el deporte y la crónica
«Todavía iba a correr esporádicamente por Doniños, el Pico del Loro, Chamorro… De hecho, participé en las primeras San Xiao; pero el tenis me entusiasmaba, a pesar de que era malo porque solo corría. Llegué a liar a mi mujer, cuando ella tenía 29 años, y la enganché durante mucho tiempo. Fuimos a Taboada [una de las míticas tiendas de deporte que desaparecieron en Ferrol, ubicada en la calle Magdalena] y le compré todo el equipo. También salía por las noches a hacer running con mi amigo Juanito, que falleció hace dos años, pero echamos 40 años corriendo juntos», recuerda Antonio, emocionado.
Fue el tenis lo que facilitó su llegada al periodismo deportivo, de la mano de Juan Barros. Él trabajaba en Astano, donde siguió hasta su prejubilación, pero durante los fines de semana participaba en los torneos de tenis que había por toda Galicia. «Barros ya estaba en la Cope, de aquella Radio Popular, y me pidió que entrara en directo por teléfono para contarle los resultados de los partidos. Así empecé. Después ya le iba por la emisora, que todavía estaba en la Domus, una vez por semana. Los medios locales solo tenían sitio para el fútbol y el baloncesto, así que escribía los resultados de los tenistas en unas hojas y los metía, sin firmar, en unos buzones que había en el ayuntamiento para la prensa. Unos los publicaban y otros no».
Cuando Barros se fue a Santiago, le dejó el puesto a Antonio, ya en Radio Nacional de España, al tiempo que Man Castro lo fichó durante los años que duró en Ferrol la delegación de Faro de Vigo. Después, cuando Jaime López se fue de Cadena SER, también le llamaron: «Negocié y les dije que sí. Eran los años ochenta y suponía mi primer trabajo como cronista deportivo que estaba remunerado», puntualiza. Aneiros firmó sus crónicas en Marca, Mundo Deportivo, Gigantes del Basket y, por supuesto, El Correo Gallego. También lo llamaron de la TVG, pero declinó la oferta en favor de su amigo Pichi Varela. Después, cuando Isidro Silveira compró la televisión local, el Canal 29, sí que no pudo decirle que no a su querido amigo.
Una jornada interminable
Imposible no preguntar en este punto ―sobre todo siendo una periodista autónoma que acumula trabajos para hacer una nómina y no le da la vida, casualmente como la que firma― cómo se organizaba para llegar a todo. «Antes de entrar en Astano, a eso de las 6:00 horas, iba a grabar a la emisora el matinal para estar en el astillero a las 7:00. De ahí salía algo más tarde de las 14:30 horas y tiraba para la SER, donde empezaba una hora de programación en directo. Tuve la suerte de que se incorporó mi hija Belén y me hacía la producción, así que ya tenía preparadas las llamadas o a la gente en el estudio. Después, pasaba por casa a comer rápidamente y a las 18:00 o así estaba en la redacción de El Correo. Dormía unas cinco o seis horas. Mira, por ponerte un ejemplo. Yo ahora disfruto con la comida, pero en aquella época abogaba porque hubiera una pastilla para comer y así no perder tiempo. Marisa, mi mujer, si había pescado, ya me lo tenía sin espina para ir más rápido».
Le digo que menudo mérito que tuvo Marisa para que él hiciera su carrera y no puede sino darme la razón. «Y tanto». No en vano, fue ella la que se ocupó del cuidado de sus hijos mientras Antonio cumplía con una intensa jornada laboral que, por si pareciera poca cosa, no acababa aquí. «Yo también iba a los entrenamientos cuando podía y opté por hacerme monitor de atletismo, baloncesto y balonmano, para conocer mejor el reglamento. Disfrutaba yendo, esa era la diferencia, por eso aguanté. Porque para mí no era un trabajo, sino un enganche», confiesa. En este punto, le pregunto también qué recuerdos guarda con más cariño de aquellos años haciendo crónica deportiva.
«El Mundobasket, sin duda. Entrevistar a Sabonis, Tkachenko… Venir el Real Madrid o el Barça en tiempos el OAR… Y, después, también guardo un gran recuerdo del ciclismo. De entrevistar a Induráin o la llegada de la Vuelta a España a Ferrol, que la tengo marcada. Mira, una anécdota: por supuesto, no había móviles, y la vuelta llegaba a la plaza de España, a la de antes. Yo estaba en la SER y la unidad móvil no podía darme cobertura en aquel momento, así que entré por teléfono. Llegaron a la hora del informativo y yo estaba en la cabina que había frente al ambulatorio. Retransmití desde allí en directo para toda España, echando monedas, mientras un señor protestaba porque tardaba mucho y nos armó un follón».
El oficio de los periodistas pre Google, sin móviles y sin Internet. Auténticos artesanos de la información que dictaban crónicas por teléfono y pateaban las calles. «Ahora la prensa escrita en papel está en horas bajas, lamentablemente. Las redes sociales, la inmediatez… Es lo que marca, al momento ya lo sabes todo», valora Antonio, que tiene Facebook, pero no se ve en Instagram: «No quiero, pero reconozco que es una tecnología que nos hace vivir al segundo».
Del Racing ‘a morir‘
Su curiosidad y sus ganas, además de su amistad con Isidro Silveira, le llevaron a asumir la jefatura de prensa en el Racing de Ferrol en el año 2000. «Era una excelente persona», anticipa, también con emoción en la mirada, antes de sonreír recordando que «no sabía decir que no y cuando había que decirle a alguien que se tenía que ir, nos lo pedía a Pepe Criado o a mí. No era capaz». Valora que el equipo «no desapareció gracias a él», y se empeñó en ello porque «le gustaba el fútbol y lo entendía de verdad, lo veía como nadie. Él tenía una situación económica privilegiada, así lo reconocía, y decidió enfocarla al club. Lo salvó con mucho dinero a principios de los 90 y siguió poniendo después, más de lo que la gente se pueda imaginar. Si hoy tenemos al Racing, es gracias a él».
«Date cuenta de que, como todos los equipos, sin una ciudad con industria que apoye al club es muy difícil competir con lugares grandes», sostiene Aneiros, que pasó de ser uno de los niños del Palco de las Ánimas que veía desde allí al Racing en el Manuel Rivera a ejercer también de delegado del club en los partidos fuera de casa, en una etapa «muy bonita» en la que se consiguieron dos ascensos. «Si no perdía, si empatábamos o ganábamos, cuando llegábamos del viaje a A Malata, me ponía los tenis y subía a Chamorro corriendo para dar las gracias por haber conseguido un punto o tres», relata, precisando que mantiene lo de subir a la ermita al menos dos veces al año: el 1 de enero y el Lunes de Pascua, claro.
El secreto de estar «como un roble»
Pero lo de «estar como un roble» a sus 80 años no es magia, sino constancia. «Hace 12 años que empecé a venir al gimnasio del club, a la piscina… Hago un trabajo variado y desde hace 6 o 7 años no tengo lesiones. Aplico eso que dicen de que “no corras para estar fuerte, hazte fuerte para correr”. Antes corría y no me gustaba el gimnasio, pero ahora, que mi ritmo ya es menor, estoy enganchado. Unas veces hago cardio, siempre hago fuerza porque a mi edad conviene mucho este trabajo, es indispensable. Hoy, por ejemplo, hice unos 20 minutos de ejercicios de suelo, unas mancuernas de tres kilitos y bicicleta. Ayer corrí en la cinta. Y bajamos siempre a la piscina. Hay también otros de mi quinta que hacen lo mismo, como Pepín Rioseco y Frutos Martínez», explica.
Me habla también de Nacho, Nachete, el monitor del gimnasio y promotor del Corre Club, donde también está su hija María, que cuenta maravillas de su padre como entrenador para empezar a correr. «Ahora yo tengo una intensidad menor, así que dividimos el grupo en liebres y tortugas, y yo me he puesto al frente de las segundas, que quedamos todos los domingos para trotar». En su rutina diaria también está la de llevar a su nieto Leo de 8 años al colegio, recoger a su hermana «que es 10 años menor que yo y la lié para el gimnasio», y pasar a buscar a su mujer por O Inferniño donde toma café con las amigas, además de darse un paseo por las tardes. ¿Qué comes, Antonio?, se me escapa: «Marisa se encarga también de eso, me gusta todo, pero no abuso. Como lo justo y necesario. Los viernes, eso sí, salimos a cenar con amigos y los sábados vengo al club a comer con mis tres hijos, mis tres nietos y mis dos bisnietos».
Ferrolanísimo
Le pregunto a Antonio si sabría explicarnos de dónde viene ese sentimiento ferrolanista que es tan complicado de entender cuando no se tiene y no es capaz de hacerlo, o quizás sí, contestando lo siguiente: «Yo me siento muy ferrolano. De hecho, mis hijas viven en Narón y yo no quisiera. Obviamente, allí tuvieron un alcalde que supo aprovechar y la vivienda es más barata. Pero, para mí, ellas son ferrolanas que van a dormir allí. Duermen en Narón, pero son ferrolanas. Yo estudié en Rapariz, jugué en la plaza de Armas, y siento Ferrol de verdad», afirma orgulloso, pero a la vez cabreado, porque «no tuvimos mucha suerte en cuanto a política».
«Sobre todo en la continuidad, porque cambiar cada 4 años… Eso no le pasó a Narón, que tuvo una estabilidad, pero en Ferrol no somos capaces de darle más años a un alcalde. Así, en cuanto se empiezan a enterar de qué va, van y pierden. Ese es el problema. También que los proyectos duran mucho, véase el Sánchez Aguilera, que lleva ahí…». En este punto, pregunta obligada: ¿has estado tentado por la política local? «Hubo una temporada que me quisieron un poco, sobre todo en un sindicato, pero estaba tan ocupado… Aunque me tiraba un poquito y hubiese ido».
«Que me recuerden como una buena persona»
Repite Antonio que está «en la etapa más feliz porque tengo salud y mi familia también, ¿qué más puedo pedir?», insiste en que «disfruté como un cosaco» y afronta que está «en la parrilla de salida». «Cualquier día el Señor me dice: “Antonio, vente, que ya llegó”. Tuve hace 10 o 12 años un corte de digestión muy fuerte de noche, me desmayé y creía que me moría. Me despedí de mi mujer, “adiós, Marisa”. Sin embargo, aquello pasó y me encuentro fenomenal. En verano, que vamos a Valdoviño, corro por allí y mi familia se preocupa por si me pasa algo; pero yo les digo: “Mirad, si me muero corriendo, llamad a la Panorama y haced una fiesta porque fui feliz”. Si yo no soy de aquí, ni tú, ni nadie. Entonces, ¿que me muero corriendo? ¿Haciendo lo que a mí me gusta? Sería una gozada para mí aunque inicialmente fuese un shock para mi familia, pero después verían que también fue bueno para ellos».
En la carrera de San Xiao a Antonio le esperaba una sorpresa que ya le habían anticipado en parte al regalarle por su cumpleaños varias camisetas con el número 80 y con su sobrenombre de Bisa ―bisabuelo―en una de ellas. Eran para María, Belén, Julián y su nieto, que también participó en su categoría infantil. «Correr con mis tres hijos fue muy emocionante. Hicimos los 10 kilómetros de puta madre y al llegar me estaban esperando para entrar juntos, además de los del Corre Club. No me lo esperaba. No se me saltaron las lágrimas de milagro porque abrazas a uno y a otro. Obviamente fue un detalle que estará en mi corazón para siempre», valora.
Recordándome, que se le había olvidado, que ha hecho varios caminos de Santiago ―obsérvese en las fotos el uniforme ferrolanista con camiseta de Ferrol Mola, banderín del Racing y bandera de Ferrol en la mochila―, me dice que le gustaría ser recordado como «una buena persona que intentó siempre colaborar con todo, no hacer daño. Desde que me casé y empecé a colaborar en Santa Mariña hasta ahora, con el Corre Club». ¿Y qué legado quieres dejarle a los que te quieren, Antonio? «Que hagan una vida sana. Cuerpo sano, mente sana. Que no entren en conflictos, sino que sean ellos mismos, hagan su vida, y sean felices».