RAÚL SALGADO / MERO BARRAL | Cedeira | Domingo 23 septiembre 2018 | 20:00
Se está acabando el verano y la temperatura sigue siendo agradable. Quizá ya no invite a dormir ligero de ropa y con la ventana abierta, pero pasan los días y todo parece un poco más raro. No acaba de llegar el otoño. Algunas nubes por aquí y un par de chubascos por el otro lado.
Ni siquiera nos preocupamos por si necesitamos agua. Ya vendrá el invierno con los viejos temores de sequía. Para el que escribe, aparecer en Cedeira no es un acontecimiento cualquiera. Casi nunca. El Condomiñas está hasta arriba, apunta a que se desbordase de un instante a otro hacia la terraza del Pinzón.
El rincón internacional de la villa, algo parecido me dijo una oriunda previamente. Resisten turistas entre la cuota local, abocada a volver a ser mayoritaria con la caída de las hojas. El eterno cruce de acentos, de prendas que distinguen al foráneo que no es extraño.
Servidor no había nacido y un cedeirés, familiar mío para más señas, repetía constantemente una frase cada vez que superaban Pantín en el coche y la ría se insinuaba como la más atractiva de las parejas imaginadas. «Isto é o máis bonito do mundo», decía emocionado.
El sentimiento de pertenencia a un lugar único, que me sitúa en mi infancia de cortes de pelo en el pequeño local iluminado de otro pariente mío. Calle Ezequiel López, epicentro de un aroma marinero con toques urbanos. De una localidad que guarda su sabiduría en una transición entre mar y montaña.
Que encierra en frasco con encanto un bravo contraste entre sus gentes, un pasado que brilla y da idea del tesón de los suyos. Más allá de lo obvio, una gran playa al pie de su principal plaza, teñida con árboles de la tranquilidad y arena que conquista espacios, y un indómito camino a su núcleo portuario.
De carreteras estrechas para ir al castillo, recuerdos del ganado adueñándose de su terreno cuando queríamos ir a Teixido o el maridaje entre vino y pescado/marisco. En cualquiera de sus establecimientos. Porque Cedeira es rica y humilde, noble y sencilla al tiempo.
Trufada como pocas de edificios a los que mirar desde abajo y hasta el tejado, de su iglesia casi escondida y de la plazoleta contigua a su biblioteca, símbolo de la lucha contra el ruido. Bullicio bien entendido, despertar de jóvenes y mayores sin más alboroto que el merecido.
Hay vida más allá del puente que divide zonas vieja y nueva. Río arriba, para más señas. Y en los amplios espacios de prados y montes de su extensa parte rural. Le bastan unos kilómetros para discurrir desde ese borroso límite que marca A Taberna do Puntal y el eje de un cónclave de dioses que asoma entre la niebla de Herbeira.
No piensen en países de la Europa lejana. Tampoco en paraísos de aguas cristalinas en el Caribe saturado. Está aquí. A media horita de Ferrol. Enciende la música en el coche, coloca las gafas de sol, aparca al llegar y sube y baja callejuelas. Lo tiene todo. Es Cedeira, amigo.
(Fotos: Mero Barral© – 2018. TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS.)
Debate sobre el post