FERROL360 | Viernes 14 abril 2017 | 00:00
La Cofradía de la Soledad, íntimamente vinculada a la capilla de la Orden Tercera, cumple seis décadas de trayectoria con base en el límite difuso entre A Magdalena y Ferrol Vello.
Sus referentes históricos parten de los franciscanos, que erigen su templo en el siglo XVIII y que propician los cimientos de los actuales desfiles procesionales, marcados por la tradición y la sobriedad. Tallas como la misma Virgen de la Soledad o el Ecce Homo, una de las tres comitivas que abre la Pasión en el Domingo de Ramos, ayudan a remontarse a sus orígenes.
La hermandad no ha acometido un trabajo sencillo al hacer memoria sobre su historia. Sus primeros años no han dejado prácticamente legado documental más allá de las referencias a su salida de estreno en la Semana Santa de 1958, aunque tampoco con detalles en exceso.
Estandartes
Si la capilla de la Orden Tercera es su referente físico y emocional, Alfredo Martín es el estandarte anímico y humano, como también quien recuerda aquel alumbramiento de la cofradía un 29 de mayo de 1957.
Junto al capellán Luis Rodríguez Sanz, impulsó un colectivo al que se sumaron desde un inicio personalidades del Ferrol de la época o representantes de la actual Autoridad Portuaria y de la Armada. José Verdugo, ingeniero del Puerto ferrolano, fue el primer hermano mayor tras aquella constitución.
Mano a mano con la de Dolores, aquel mismo año volvió a las calles la Virgen de la Soledad a modo de anticipo del debut de su actividad en solitario. Estrechamente ligada al estamento militar, la procesión de la Soledad desprende relatos históricos anteriores al ecuador del siglo XIX.
Procesión
Parte a las 21:00 horas de este Viernes Santo y recorre las calles Real, San Diego, Magdalena y Rubalcava, regresando a Real y la capilla de la Orden Tercera. Allí, al culminar la procesión, se rezan las Vísperas a la virgen.
Su imagen original, de autoría desconocida y datada en mediados del XVIII, viene presidida por la representación del dolor maternal, un objetivo refrendado con las lágrimas de cristal en su rostro.
La túnica, del XIX, luce hilo de oro en bordados sobre fondo blanco, mientras que el manto, del mismo siglo, viene ceñido por hilo de plata y contempla flores ante un fondo oscuro. Por su parte, el trono, obra de Guillermo Feal en 1958, está coronado por un palio bordado por las Esclavas en oro sobre tela de Damasco y sostenido por una docena de varales de plata.