MARTA CORRAL | Ferrol | Domingo 28 febrero 2021 | 20:55
Empecé Lodo un lunes de noviembre que terminó por parecerse más a un sábado de abril. La novela del ferrolano Miguel Castro atrapa en su ritmo, en lo condensado de una historia que podría ser la tuya, la nuestra. Nos arroja al fango de la culpa, a la precariedad y las ausencias para liberarnos, más tarde, despojándonos de secretos.
En Lodo la atmósfera pesa, la rutina anquilosa. Y cuando ya habíamos dado todo por perdido, nos deslumbra un fogonazo de esperanza aterradora. En qué hemos convertido nuestra vida. Adónde han huido aquellos planes sencillos, los que escribíamos sin más ambición que la de caminar juntos con cierta dignidad y ahora se nos antojan lujosos y lejanos.
La ópera prima de Castro, editada por ese oasis de amor a las letras que es Edicións Imaxinarias, ha cautivado a los lectores hasta tal punto que acaba de ver la luz su segunda edición. Un bis en el que una servidora ha tenido el honor de firmar un prólogo en donde he intentando, espero que no en vano, que les apetezca todavía más leer el libro del que todo Ferrol está hablando.
Con la nueva edición de esta metáfora contemporánea en las librerías recupero la charla que mantuve con Miguel en el Cantón, a la luz de las farolas, en un banco sin café pero con la mascarilla inevitable. Y lo hago este domingo de sol en el que sé que Miguel ha estado en la lagoa de A Frouxeira, la misma que protagoniza los primeros compases de su novela.
Inspirada en una historial real
«¿Sabes una cosa muy bonita? Hay varias personas que la están releyendo. Eso me gusta porque yo, normalmente, no lo hago con ningún libro». Pero las 75 páginas de Lodo se prestan a la relectura, precisamente, porque su estructura es esquiva en la primera pasada y juega con un factor sorpresa que nos permite regodearnos en los matices cuando volvemos al principio: «Es una lectura de una o dos tardes, ligera, y por lo que me dicen engancha», apostilla.
Que sea una novela corta es pura casualidad porque él escribió lo que quería escribir, «ni más ni menos». Fue su peluquera Erika quien le inspiró una historia que tardó tres o cuatro meses en escribir. Después vendría el trabajo sobre el borrador, que finalizó hará un año y medio. Y es que Lodo, antes de convertirse en papel, fue un conjunto de unos y ceros en el universo digital hasta que la editora Ana Fernández le hincó el diente.
«Aunque el acto de escribir es muy solitario siento que esto es un trabajo en equipo», dice Miguel Castro, enumerando a la editorial autogestionada, a su amigo José Torregrosa y, por supuesto, a Víctor G. Novás, pintor premiado y reconocido que ha sabido dar las pinceladas justas para que los personajes se acaben de volver nítidos en la imaginación de cada lector. Reconoce el profesor metido a escritor que «se trabajó mucho y la buena acogida supone para mí un chute de ánimo para seguir escribiendo».
Tres voces en un mismo relato
Influenciado más por su vertiente cinéfila que por la literaria, Castro necesita visualizar cada escena antes de escribirla y en Lodo también ha usado una estructura muy cinematográfica que logra asombrarnos. «Me preocupaba cómo iba a funcionar; de hecho, jugaba en el borrador con colores al estilo de La Historia Interminable, con miedo de que no se fuera a entender o de que cada parte por separado no fuese interesante, pero veo que la lectura ha fluido», explica.
El relato a tres voces que realiza a través de personajes y narrador juega con las tonalidades y la personalidad de cada uno. Marco, Ana y Lara trenzan la historia con un recurso que para Miguel ha sido todo un reto. Un desafío en el que empastan miedos, recuerdos, sueños y experiencias personales que el autor les ha prestado con generosidad: «Ha sido muy difícil ponerse en la piel de una mujer y no sonar condescendiente, por ejemplo. En mi vida escucho más a las mujeres que a los hombres y la personalidad de Ana está hecha con muchas cosas de muchas mujeres».
Una presentación física
Los ejes principales de Lodo los conforma una precariedad que es peor que la muerte y la culpa que toda mujer lleva incrustada incluso antes de nacer. El lector llega a la vida de los personajes cuando todo está a punto de desmoronarse, cuando «todo está estallando y ella necesita liberarse». El relato acaba siendo el retrato de una generación en la que los roles no han cambiado, pero el peso sí es mayor del que llevaban nuestros padres sobre los hombros. Y es que no hay libertad posible si se siente miedo y vivimos aterrados.
Ahora a Miguel Castro, con una segunda edición que nunca había planificado bajo el brazo, le queda por delante poder compartir el éxito con sus lectores y celebrarlo por todo lo alto con su equipo. Dar los pasos de escritor que la pandemia le ha obligado a posponer, que las felicitaciones lleguen en vivo y en directo y no por WhatsApp. Algo me dice que la primavera, si los envites nos permiten que haya Feria del Libro, podría ser un momento perfecto. De momento, Lodo sigue en las librerías y en tiendas online como esta.
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