La afluencia fue multitudinaria desde el inicio, como muestran las imágenes de la organización
Su significado ha cambiado desde aquellos años de la Transición, pero la palabra libertad se mantiene en la puerta de entrada al Festival de Ortigueira. Ausencia de frenos a la creatividad cultural y muy particularmente a la espontaneidad de la riada de visitantes que avaló desde 1978 aquella propuesta innovadora.
En pocas ocasiones se puede hacer referencia con tanto acierto a la expresión «poner en el mapa». El Mundo Celta abrió los ojos de medio planeta y destapó los encantos de aquella villa al norte con 6.000 habitantes que se multiplicaron casi por milagro.
El hecho de que el intelectual Xosé Filgueira Valverde leyese el pregón de su primera edición puede dar una idea de un estreno evocador. Fue algo más tarde que en la etapa actual, corría el 30 de julio en lugar de mediados de mes. La estancia de un grupo de integrantes de la histórica Escola de Gaitas al Festival de Lorient hizo prender la mecha.
Al frente, Xavier Garrote. Un millón de pesetas de entonces, serían 6.000 euros a día de hoy. Con ese presupuesto echó a andar el Mundo Celta, que ya congregó a 10.000 personas en su debut. En un crecimiento pautado, el festival llegó al techo de 20.000 asistentes y a una partida más elevada.
La colaboración del Concello fue determinante. Y no resultó sencillo. Al margen en los compases iniciales, su entrada en el evento en 1984 ayudó a otro récord de afluencia. Gratuito desde 1985 como nuevo guion tras nacer en el entorno del colegio público de la villa, los problemas fueron a más y el consistorio quiso consultar a los vecinos sobre su continuidad.
El certamen comenzó en 1978 en el entorno del colegio de la villa (foto: Festival de Ortigueira)
Fue el primer paso para hacerse con la acreditación de interés turístico internacional en 2005. Bordeando los 100.000 espectadores durante varios años, las ediciones más recientes han asistido a un lento recorte en aras de la calma. El aluvión incontrolado podría haber matado el gran pulmón económico del municipio.
Inicialmente observado con desdén por parte de la cultura gallega, la inseguridad tuvo que ser solventada en pleno desembarco de la democracia por parte de la Guardia Civil. La Benemérita llegó a actuar con cierta dureza en los primeros 80 mientras emblemas autóctonos como Milladoiro ya pugnaban por aquel escenario.
Ávidos de nuevos aires, los espectadores se dejaban seducir por formaciones desconocidas de Irlanda o Gales. Es más, con la frescura de la época se pedía a algunas de ellas que repitiesen actuación al día siguiente. La ciudad de A Coruña estaba entonces a cuatro horas por una carretera de película de terror.
Sin llegar a despegarse de la etiqueta hippie, el indudable retorno económico sigue palpitando en Ortigueira. Ronda los 5 millones de euros. Siempre hubo naturalidad, como la de las ancianas que observaban sin desmayarse a hombres de otras razas transitando desnudos por el corazón del paraíso de Morouzos.
Imagen de la organización del comienzo del festival
Ya en 1987, casi una década después de un sueño transformado en regalo palpable, un nuevo aparcamiento coronó un rosario de mejoras que se extendieron al entorno de acampada. Xunta, Deputación y Concello, superado el parón, inyectaron en conjunto hasta 72.000 euros cuando en 1995 todo volvió a empezar. Fue en la senda de la profesionalización y en manos públicas.
Subir a 400.000 euros de presupuesto en 2002 supuso el principio del gran fenómeno musical. Hasta 65.000 personas se personaron entonces en Alameda y alrededores, pero ya se rozó un volumen de 100.000 tan solo doce meses después. Esa cifra se mantuvo e incluso incrementó levemente hasta 2007, cuando se giró hacia el mayor presupuesto histórico, 700.000 euros.
La crisis empezó a golpear, aunque en 2009 no hubo rebaja de espectadores. Sí en los bolsillos, pero no sería hasta 2011 cuando la caída se atenuó en los 70.000 fieles de ese año o los 50.000 del 2013. De los Chieftains a grandes voces e instrumentistas gallegos, lo único que no ha cambiado es el fondo musical que ya calienta en Ortigueira.