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La cajera del súper me rompe las galletas

COSAS DE NOELIA | Miércoles 22 octubre 2014 | 17:15

Descubrí que era una persona intolerante en la caja del súper.

Intolerante e irascible.

Intolerante, irascible e impaciente.

Acudir al supermercado es mejor que hacer psicoanálisis. En el supermercado aprendes cosas sobre ti mismo y sobre la vida en general. Me río de la universidad de la calle: la verdadera universidad es la del supermercado de tu barrio.

Matemáticas, economía, biología, sociología, antropología, gastronomía, trucos del hogar, marketing… Ahí está todo, concentrado en ese microcosmos.

Ese carnicero, paciente, paternal, que te explica las partes de la vaca o del cerdo, porque aprecia lo lerda que eres; el mismo que, aún teniendo carne recién picada, te pica otro trozo, porque en casa te han enseñado que la carne te la tienen que picar en el momento de pedirla; el que sonríe cuando llega la vecina y le dice: «Dale a la niña de la buena, eh, de la que tienes dentro». (La niña soy yo. Pertenezco a la generación de los que seremos niños hasta los 60 años y no sabemos las partes de la vaca).

Esa pescadera que se sorprende cuando le pides alguno de sus productos, porque es algo que prefieres ir a comer a casa de tus padres para que tu cocina no apeste. Qué demonios… Esa es la excusa. La verdadera razón es que el pescado sabe mejor allí.

Esa trabajadora que, cuando tiene un momento libre en su sección se pone a fregar el suelo –y tus pies si no te apartas- y te potencia el equilibrio y los reflejos; la misma a la que le preguntas por un producto que llevas buscando 98 minutos y te dice «ahí», o sea, a diez centímetros de tu nariz.

Esa encargada de frutería que te ayuda cuando te ve llorando delante de diez tipos de patatas y ocho de cebollas, porque no sabes qué llevar, la misma que te señala con el dedo cuál es el tomate para ensalada y cuál es el de salsa.

Esos productos de primera necesidad siempre al fondo, para que recorras todo el súper y hagas deporte, tan bueno para el cuerpo y para la mente.

Esa música ligera que ameniza tu compra y te hace mover la cabeza mientras miras para el interior del arcón de la sección de congelado… Mientras miras para el arcón o, de reojo, para la persona que ha abierto la puerta antes de escoger lo que quiere comprar, lanzándole miradas de reprobación. Primero elegir, luego abrir.

Pero no todo es maravilloso en un supermercado. Está LA CAJA. El colofón final de la experiencia. ¡La caja, la caja, la caja!

Como adelanté, fue donde descubrí que soy intolerante, irascible e impaciente: en las cajas del súper necesito mi espacio vital.

No soporto que los otros clientes se peguen a mi espalda, que apoyen sus productos mientras coloco los míos, que me rocen, que estén ahí plantados, a mi vera, mientras la cajera pasa mi compra. ¡ATRÁS!. Quédate ahí, al principio de la cinta, no invadas la línea imaginaria que ha de separarnos. ¡FUS FUS!. Y por supuesto: no toques mis productos.

¡Caramba! Que yo respeto el espacio de los demás en la caja del súper. Que me quedo a una distancia prudencial, observando su compra, juzgándola, criticando sus manías, su cutrería o sus ansias, apostando conmigo misma si se acaba de divorciar, si tiene fiesta, si es una noche de llorar y escuchar All by myself… PERO NO LES ROZO UN PELO.

En cuanto a las cajeras, elijo aquellos supermercados cuya prueba de acceso para el puesto no sea tal como sigue:

-Venía por el puesto de cajera.

-Bien, lance este paquete de galletas a medio metro de distancia, si consigue romperlas todas, es suyo.

Ni esos en los que hay dos cajeras en una misma caja: la #1 que pasa el producto por el lector de códigos, lo lanza a la #2, quien lo recibe, lo mete en la bolsa con un golpe seco, el estadio grita «Touch Down! Oh yes!» y la cajera #2 mueve las piernas chocando las rodillas mientras levanta los brazos festejando que no queda vivo ni un panecillo tostado ni una galleta maría.

Es posible que lo anteriormente relatado sea demasiado subjetivo, pero la experiencia en el supermercado es así: cada uno tiene la suya y eso es lo grandioso. De hecho, no soy la única que se maravilla con el increíble mundo de los supermercados, a continuación grandes pensamientos volcados en Twitter:

COSAS DE NOELIA

• Comienza la temporada de decir: «Madre mía, en el supermercado ya hay turrones, cada año los ponen antes». (@alfon_hd)

• ¿Vosotros también ponéis cara de «soy inocente» cuando pasáis por la salida «sin compra» de un supermercado? (@Francisk1t0)

• Construye tu propio supermercado Dia. Con el primer fascículo: la hoja de lechuga sucia que hay tirada en el suelo. (‏@SenoritaPuri)

• Madre mía. Acabo de sorprenderme contando en voz alta las monedas que le daba a una cajera COMO UN VIEJO. (@ChiquiPalomares)

• Me dice un compañero que le da mucha vergüenza comprarle compresas a su novia en el supermercado. Trabajo con gente súper madura. (@Pipapulgarcita)

• Síndrome de Stendahl en la zona de postres del supermercado. (@Pipapulgarcita)

• Y el poder que da pesar tu propia fruta en el supermercado y poner la pegatina. Poco se habla de eso. (@TaboadaLucia)

• Presión (Del lat. pressĭo, -ōnis). Dícese del segundo que tienes en el supermercado para decidir cuántas bolsas quieres y de qué tamaño. (@TaboadaLucia)

• XXI punto de la Ley de Murphy. Si se te cae una bolsa en las escaleras del supermercado -ante miradas ajenas-, esa será la de los huevos. (@TaboadaLucia)

• Muy fan de la gente que se va escondiendo mientras compra en el supermercado para no encontrarse con alguien. (@Tu_Infortunio)

• El remedio para todos tus males no está en la farmacia: está en el supermercado. (@aykrmela)

• Si una cajera del Mercadona te mira a los ojos y te sonríe no es que le gustes. Es que es novata. ‏(@Serthand)

• Enseñar el DNI para pagar y cuando te mira la cajera, poner la misma cara de la foto. Besitos (@CarlaBotb)

• ¿Vosotros también cogéis el yogur de la parte de atrás del lineal del supermercado? Besitos (@CarlaBotb)

• Me acaba de decir la cajera del Día que, si quiero que me dé los buenos días, me va a costar 3 cts. (@Sasisoto)

• ¿Cómo liga un camarero con una cajera del Mercadona? No puede apoyar los codos porque la cinta corre. OJO. (@cl4usman)

• «El carro de supermercado que va hacia donde tú quieres» Esta noche, en Cuarto Milenio (@MarifeLacion)

• El martes fui a un nuevo súper y, a la hora de pasar por caja, me dijeron que no cobraban las bolsas. Y lloré fuerte, abrazado a la cajera. (@MarifeLacion)

• Ir el sábado por la tarde a hacer la compra a Alcampo #tradiccionesferrolanas (@NachodeFerrol)

Sea como sea la relación de cada uno con el mundo del supermercado, hay una regla que no se puede obviar: no se puede ir con hambre ni con niños. La primera provoca que compremos más de lo que necesitamos y la segunda, que nos olvidemos de la mitad.

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