MARTA CORRAL | ‘O Falar non ten cancelas’ | Lunes 2 diciembre 2013 | 21:23
Ayer me tropecé con una foto de cuando iba al colegio. Allí estábamos todos, posando para la revista que te daban al terminar el curso. Íbamos en párvulos, unos enanos. Llevábamos el uniforme impoluto. Las niñas, un gran lazo rojo en la cabeza. Se nos veía felices. éramos niños, ¿cómo no serlo?
Mentalmente repasé a cada uno de mis compañeros, que gracias al Facebook, siguen dando señales de vida. La mayoría andan por Madrid desde hace años, Teresa está en Barcelona. Cristóbal en Londres y Alicia vive en Berlín. Eva en Ourense y Susana en Lugo. Total, que de 33 que salimos en la foto, en Ferrol quedamos 9.
Algunos se fueron persiguiendo sueños que son más fáciles de cumplir fuera de provincias; otros, hicieron las maletas para poder trabajar. Sin ínfulas ni nada, para tener una nómina y ser independientes. Porque esta ciudad, ya de aquella, era incapaz de darnos trabajo.
Nací en una ciudad en crisis; pero nunca me hubiese imaginado, ni en mis peores pesadillas, que la vería desaparecer. ¿Cómo debe una comportarse ante semejante espectáculo? ¿Qué podemos hacer? ¿A quien tenemos que exigirle soluciones? Es tal la impotencia…
Vivimos en el país de las ventanillas y del escurrir el bulto. Del ‘vuelva usted mañana’. Del ‘no me incumbe’. Nadie asume responsabilidades. Trabajadores protestan ante el Alcalde. Alcalde dice que él no puede hacer nada y protesta ante la SEPI. El Presidente que ganó unas elecciones con un órdago en forma de flotel también pide responsabilidades, pero no asume su fraude. La dirección de Navantia dice que la empresa no es viable. Al final la culpa será de los que llevan el buzo azul…
El que fuera primer ministro británico, William Pitt, dijo una vez: «Si Inglaterra tuviese en sus costas un puerto como el de Ferrol, su gobierno lo cubriría con una robusta muralla de plata»; pero estamos en España, Will, y del Gobierno no podemos esperar absolutamente nada. Sean los que están o los que estuvieron. Todos nos han ido machacando sin tregua, porque les damos igual y ninguno de los nuestros ha tenido las suficientes agallas para detenerlos. Siempre nos ha tocado bailar con el más cabrón de la fiesta.
Ferrol le ha dado todo al Gobierno de este país. Hemos invertido la vida de muchos ferrolanos que trabajaron duramente para ganarse el pan y para ver mejoradas sus condiciones, hemos rellenado nuestra Ría hasta la saciedad, hemos cedido terrenos a lo largo de toda nuestra costa y tenemos que pedir permiso para que nos los devuelvan después de 30 años de abandono, hemos permitido que sus viviendas y sus edificios están salpicando todo el centro de la ciudad.
Hemos sacrificado el mar para que desde aquí se hicieran los mejores buques y se controlase el Cantábrico. Todo, para dárselo a un Estado que nos está condenando a muerte sin pestañear.
Es fácil ahora decir que nos hemos equivocado. Que nos hemos jugado todo a la misma carta y no hemos sabido o querido diversificar. Que pensábamos, pobres de nosotros, que Defensa estaría aquí siempre y que Bazán no caería nunca. Deberíamos haber emprendido otros caminos; pero pensar eso ahora, es sencillo.
¿Quién iba a creer que alguien dejaría que esto se fuera al garete? Porque, que no nos engañen, sí hay responsables. Esto no es fortuito.
Un ejemplo: tu eres un ejecutivo, pongamos que de una empresa armadora española con proyección internacional. Conociste un día -jugando al pádel- a un nacho que al parecer está muy metido en política a nivel nacional. Os habéis hecho amigos, vuestros hijos juegan juntos. Pasan los años y, de repente, tu amigo mueve el cotarro en el Ministerio de Industria. Tu ya estás mayor para andar de puerto en puerto papando frío y un sillón calentito se te antoja perfecto. Total, que como acaban de ganar las elecciones y hay que limpiar los sillones públicos de todo rastro que haya dejado el partido que perdió, pues ¿por qué no? Vamos a dirigir una empresa pública durante cuatro añitos y a vivir que son dos días. ¿Por qué me voy a preocupar de la gestión, si cuando cambie el Gobierno (y esto es España y cambiará) me chimparán?
Los partidos políticos han hecho de lo público una feria, una moneda que paga amigos y los que caigan en el camino les importan un carajo, porque no ven más allá de sus narices. Desde Madrid no se ve el mar. Entiendo que nunca se hayan podido emocionar cuando rompe la botella y un barco inmenso empieza a surcar las aguas de la Ría, ¿cómo puede ser que ese pedazo de acero salga flotando! ¿Es magia? No, es trabajo. Son años de especialización, vidas enteras dedicadas al Astillero.
¡Qué distintas se ven las cosas al otro lado del muro! De este lado, aún hay quien esgrime esos manidos argumentos acerca de los bazaneros vagos; de los que van al chollo y no al trabajo, de aquellos que van al bar en vez de a la manifa, de los que se cogen bajas eternas. ¡Por favor, seamos serios! Creámonos de una vez por todas que detrás de esa muralla que nos separa del mar, se hacen los mejores barcos del mundo. ¿Cómo pretendemos que los políticos nos defiendan si somos incapaces de hacer nosotros un frente común? ¿Pensáis acaso, que si esto cae, habrá quien consuma en esta ciudad? ?Despertad!
En este vídeo, podéis ver cómo en Australia sí se creen que hacemos barcos cojonudos. La semana pasada, desde Noruega, también han «alabado los trabajos de mantenimiento que Navantia realiza en sus fragatas». Ahora ya han venido los de fuera a decírnoslo, ¿nos lo podremos creer?
Parece que los ferrolanos, como cantaba Lee Marvin, vivimos bajo una estrella errante: «Las ruedas están hechas para rodar, las mulas para cargar, nunca he visto un lugar que no se vea mejor mirándolo hacia atrás».
Nos quieren hacer creer que nuestro sino es perseguir sueños fuera de aquí: «Que sin un poco de suerte jamás se harán realidad»; pero, si nadie lo remedia, no sólo nuestros sueños, también nuestro pan. Ferrol se convertirá en una especie de complejo residencial para mayores, en el que sólo habrá gente joven que vuelva a ver a su familia en las fiestas de guardar.
Cuando pasen los años y esa gente desaparezca, no quedará nada. No habrá nadie arraigado aquí y será cuando cobren un sentido mayor las palabras de Marvin: «El barro puede hacerte prisionero y las llanuras pueden dejarte seco, la nieve puede quemarte los ojos; pero sólo la gente te hará llorar».
No es momento de esperar nada de nadie, es el momento de luchar, de no quedarse en casa como si no nos incumbiese. Es tiempo de estar orgullosos de lo que somos. Es tiempo de estar unidos, exigiendo soluciones. Porque «hay dos clases de gente: los que van a alguna parte y los que no van a ninguna» por eso, amigos, no queda sino batirse.
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