MARTA CORRAL | Ferrol | Sábado 20 mayo 2023 | 12:08
A principios de septiembre les dije que se hiciesen del Racing aunque no les gustase el fútbol. Les conté mi experiencia como neorracinguista, argumentando como pude los motivos por los que pensaba que, si esto me había pasado a mí, también podría pasarles a ustedes. Les decía, entre otras cosas, que en esta grada no tendrían que justificar su amor por Ferrol y también que, de seguir mi consejo y sentirse defraudados, podrían venir a tirarme tomates. Aquí estoy ahora, nueve meses después, por si alguien me hizo caso, esperando sin preocupación una tomatina que estoy segura de que no llegará.
Escribo estas líneas con orgullo, mientras gran parte del racinguismo viaja a Talavera ante un partido que podría ser el del regreso a Segunda. Escribo con nervios en el estómago, en un Ferrol teñido de verde y también del blanquiazul de un Parrulo que está llamado igualmente a la gloria a la que ya llegó el BAXI. Escribo agradecida a Miguel, a Borja y a Adrián, que son los que a mí me hicieron del mismo Racing del que fue, y todavía es, mi padre. Pero también escribo con miedo a que, como decía un deportivista al que se le quiso incluso en A Malata, anticipemos la fiesta y «nos la quiten de los fuciños».
Quiero creer y elijo soñar, como han venido diciendo las peñas estos días en sus maravillosas movilizaciones mientras gestionaban ellas solas el desplazamiento ―benditas sean―, pero como en todo en la vida, mi tendencia es poner la venda antes de la herida. Siempre me pongo en lo peor, me preparo para los golpes, para la decepción, para el tragar saliva. Así, si el desenlace es terrible ya me voy preparando y, si no, saboreo mejor las victorias. Por eso, en este punto, a pocas horas de que los nuestros pisen el césped en El Prado, voy a invocar a Cavafis por si ustedes quieren acompañarme.
El poeta griego nos enseñó que lo más importante no era llegar a Ítaca, sino pedir que «el camino sea largo, lleno de aventuras, lleno de experiencias» para descubrir que el mero hecho de querer llegar nos brindaría un «hermoso viaje». Y menudo viaje que nos ha brindado el Racing, amigos. Un viaje que empezó antes de la temporada, el 5 de junio de 2022 en Vigo, cuando la grada verde de Balaídos se quedó aplaudiendo a los suyos en la decepción inevitable de la caída. Vendría después la esperada renovación de Parralo, los fichajes de Jesús Bernal, Manu Justo, Carlos Vicente y Tomás Bourdal. Todavía no sabíamos lo mucho que nos iban a dar.
Llegó la renovación de Diego Rivas, de Jon García, la incorporación de Brais Martínez, de Luca Ferrone, de Jaume Jardí ―«¡guapo!»―, de Enol Coto. Arrancó una esperada campaña de abonados el 11 de agosto y 14 días después ya éramos 2.258 socios. Entremedias, el 10 de agosto, nació la Peña D’Tapas para pintar Canido de verde, y el 12 de agosto estrenábamos la tienda oficial del Racing. Jorge Padilla llegó después de la primera victoria en Majadahonda, a la que siguió el maravilloso 2-1 al Real Madrid Castilla en un estadio, el nuestro, que se empezaba a llenar.
Llegaron las victorias en San Fernando ―en ti confiamos, Isla― y la de la Cultural. Y en una racha para soñar ya éramos, el 12 de septiembre, más de 3.000 abonados. Un mes después, el segundo fin de semana de octubre, Gianfranco Gazzaniga alentaba al racinguismo para el partido contra el Talavera, que ganamos por 1-0. En este punto, como dicen ahora los chavales, «anulo mufa» o algo así. Los Diablos Verdes hicieron que A Malata soplase las velas con ellos y la Alameda del Carbón cantó Ferrol como himno inevitable antes del Córdoba.
Llegaría después la firma del convenio con el Concello para iniciar al fin las obras en el estadio, la comunión con el BAXI para dejar las entradas a mitad de precio, la superación de los 3.400 abonos despachados a 26 de octubre. Y el batacazo de las lesiones de Fernando Pumar y Luca Ferrone. ¿Quién nos iba a decir entonces que llegaríamos a donde estamos hoy? Pero tocaba levantarse y el impulso también llegó de Madrid, con el nacimiento de una Peña Castiza que desplaza este sábado a más de un centenar de racinguistas. Honor. Llegaba entonces Aitor Pascual y gestos como los de la Fundación del Racing, regalando entradas a cambio de donaciones de sangre.
Llegaron las derrotas, las caras tristes, el frío en las gradas de A Malata, los asientos más vacíos. Llegó la muerte de la señora Fina empezando diciembre, pero su conjuro desde el cielo no tardó en materializarse. Y todavía no en las victorias deseadas, que son las del campo, pero sí en las otras: en las de los corazones verdes. No hubo ni un solo partido donde el Racing caminase solo. A los desplazamientos más numerosos, como Pontevedra, A Coruña o León, se sumaron otros casi íntimos, como el del partido reanudado de Córdoba. Qué alegría ver esos puntos verdes salpicando las gradas en las retransmisiones.
Nos lamimos las heridas con el 3-0 frente al San Sebastián de los Reyes, peleamos la resistencia en el Di Stéfano trayéndonos un punto. Llegó Manel Martínez, despedimos con cariño a Dani Nieto, y resurgió Pep Caballé haciendo el tercero contra el Fuenlabrada. Empezaron las obras en Fondo Norte, supimos que cada día había más racinguismo en femenino, sobre todo entre las nuevas generaciones. Sacaron petróleo en Alcorcón y se dejaron abrazar por los racinguistas que habían ido a auparles. Y ahí empezó el reto: de los 5.000 iniciales, se pidieron después 6.000 y ahora ya no se piden porque se tienen las gradas llenas, gracias también a las promociones del club que se ha hecho uno con la afición.
La fiesta del 4-1 contra el Rayo Majadahonda, el abrazo colectivo a Lina por la pérdida de una persona querida, capitaneada la petición por el gran Joselu, al que se le empezaría a homenajear en cada minuto 22. La cura de humildad del Mérida y el minuto de silencio más emotivo que he vivido nunca: el de Manel Blanco, anunciado por su hijo Coke. Ese día, contra el Dépor y con entradas agotadas, se demostró que, como dijo Juanma Codesido en su crónica de ambiente, «no nos gusta el fútbol, nos gusta el Racing». Entremedias, cada crónica del compañero Raúl Salgado, cada foto de Raúl Lomba, tocaban un poco más la fibra. Y nosotros el cielo.
Y así, después de sacar un punto contra el Unionistas ―qué bonito el aplauso que se escuchó en la SRD Canido, en plenos Maios, cuando enfocaron a los racinguistas de la grada―, nos plantificamos en las tres finales. La primera, ante el Badajoz, cuando bajó del cielo un tipo de Pontedeume que la puso al estilo Pablo Rey, como él mismo dijo en el espacio de Twitter de Codesido y Raúl Villares. Nos queda esta segunda y, quién sabe, quizás una tercera. Y, si nos ponemos pesimistas, nos veremos en un playoff y, si llegamos al catastrofismo, nos quedamos donde estamos. «Me cago en la nacha de Dios», dirán ahora, con toda la razón, al leerme si han llegado al final de este tocho. Anulen mufa o lo que sea que haya que decir.
Pero les confieso que me he hecho estos días mucho esta pregunta: ¿y si no, qué? Pues, les digo, francamente que, si no, orgullo. Que nadie ya puede quitarnos este viaje, esta ilusión de toda una ciudad. Las camisetas del Racing por la calle Real aunque no haya partido ese día. La fila cero con cientos de niños y niñas. Los jugadores siendo una piña. Las visitas a los colegios sembrando racinguismo. La señora despidiéndolos en el bus como si fuese su abuela y les hubiese llevado un tupper con filetes panados. Los kilómetros que se han pegado miles para volver afónicos. El trabajo inconmensurable de las peñas. La comunión del club con la afición. Cuando falleció el mítico entrenador del Dépor, Manuel Rivas escribió que decían «en los noticieros que ha muerto Arsenio Iglesias. Yo no estoy de acuerdo». Ahora yo digo un poco lo mismo: «dicen que todavía no ha ascendido el Racing, pero yo no estoy de acuerdo».