MARTA CORRAL | Ferrol | Sábado 23 agosto 2014 | 14:15
Durante la noche del viernes, Ferrol volvió a beber un buen sorbo del vaso de la nostalgia. El concierto Un día cualquiera, a la tercera va la vencida abría de par en par las puertas de las fiestas de San Ramón, los festejos estivales de la ciudad naval que viven su Semana Grande.
El grupo de 20 voluntarios de Protección Civil que finalmente cubrió el evento junto con el equipo médico realizó diez asistencias y tres traslados al centro hospitalario Arquitecto Marcide.
Con 30 minutos de retraso sobre la hora prevista, el líder de la emblemática banda ferrolana Los Limones hacía saber a sus paisanos que «en Ferrol somos de ferro e o mellor é que flotamos e imos flotar. Arquímedes tiña que ser ferrolán. É imposible que nos podamos afogar».
Santi Santos repasó en su pregón, con constantes símiles marineros, la situación de crisis que azota a la ciudad donde perder es lo normal. Ciudad de contrastes: «Somos obreiros, somos militares», animando al público que ya llenaba la plaza, asegurando que «sabemos levar a amargura da vida cun pouco de dozura» y que «temos que levantar o ánimo».
Nos recordó que «Ferrol é a construción naval, é a Armada Española», pero también defendió la ciudad como «o gran centro de formación». Antes de desearnos, con una frase que se escribirá con letras doradas en los anales de la historia ferrolana, «forza no cú, leite nas tetas e moitas pesetas». Y con el obligado «opa Ferrol, sempre», Santos dio paso a los chicos de Pádel Rock y los primeros acordes de Bienvenidos.
Pero no, Miguel Ríos no saldría hasta bien entrada la madrugada. Mientras, entre el público, voluntarios de las asociaciones Arraigo, Dios y Pan y Dignidad vendían bengalas con un doble objetivo: recaudar fondos para las entidades y crear un ambiente mágico durante un instante de su actuación.
Con muchos menos vatios de lo esperado por el público que se agolpaba hacia el final de la plaza, la banda local rasgaba sus guitarras animando a un auditorio que empezaba la noche un poco más frío de lo normal en estos casos de fiesta y despiporre generalizado: «Claro, es que está tan bajo que si te equivocas en la letra, se nota», comentaba Víctor, que se desgañitaba pidiendo: «¡Más volumen!».
Nacho García Vega, con Grité una noche de Nacha Pop, abrió el desfile de celebrities ochenteras. Le siguió Manuel España, cantante de La Guardia, que aprovechó una vez más su privilegiada atalaya para sacarnos una foto y colgarla en sus redes sociales. Los dos ya habían participado en los conciertos de años anteriores.
Y entonces llegó él. ¿Qué hace un chico como tú en un sitio como éste? Pues muy fácil, arrojar un poco de rock and roll, que de todos es sabido que hay poco y es necesario. Johnny Cifuentes, de Burning, nos regalaba Esto es un atraco, nena, nos hizo mover nuestras caderas, recordó los tiempos del pelo largo con su queridísmo Eric Burdon y admitió que nuestra edad nos delataba. Bendito sea.
Alejo Stivel, ex Tequila, recogió el guante de Johnny saliendo ante un público un poco más calentito, sin miedo a saltar, dispuesto a cantar un rock and roll en la plaza del pueblo.
Pasada la una y media de la madrugada, con decenas de ventanas iluminadas en la plaza, con muchos mirando el reloj de reojo, Miguel Ríos hacía su aparición estelar y la plaza se venía abajo, gracias a los cielos, no literalmente.
Santi Santos pronunció el pregón acompañado por la edila de Fiestas y el alcalde (foto: Juanpa Ameneiros)
La pirotecnia salía a borbotones del escenario, mientras el riff de guitarra de Bienvenidos nos ponía más a tono que nunca y la peña vibraba descontroladamente. Se nota, muchos lo habían venido a ver sólo a él.
Ríos, retirado desde 2011 para «no dejar un mal recuerdo», accede a ofrecer muy pocos conciertos, pero como dijo en tono de humor: «Ya estoy jubilado, aburrido, ya no quedan obras a las que mirar» y como los viejos rockeros nunca mueren, de vez en cuando tiene que darse un poco de caña al cuerpo.
Y nos la dio a todos. Siguió con Santa Lucía, ese clasicazo tierno de abrazo parejil y mechero al cielo, presagiando que íbamos a necesitar el encendedor para darle mecha a las bengalas y sentirnos como si fuésemos niños findeañeros en casa de nuestra abuela.
El momento mágico llegaba con el Himno de la Alegría. Sí, la novena de Beethoven hecha clásico del rock de la mano del granadino. Y allí estábamos con nuestras bengaliñas solidarias al viento, iluminando como pequeñas luciérnagas toda la plaza de España y escuchando como hermanos la canción de la alegría.
Con el subidón de Ríos y con mucho más espacio después de la espantada de casi un tercio de los asistentes; sin haber aparecido en cartel, pero con morriña de masas ferrolanas y consciente de que no puede hacerse un concierto de este calibre sin él, aterrizaba Miguel Costas.
«Oye tronco cómo ronco: volumen brutal», agradeciendo estar en petit comité y poder loquear con el espacio vital necesario para no darle un manotazo al que tienes al lado, algunos de los clásicos básicos de Siniestro Total retumbaron en Hollywood como anticipo de la traca final.
Un petardeo que empezó con una repichoca de gaita que se alargó en muiñeira y puso el punto galaico -junto con Miña terra Galega– a la noche. Sí señores, esto es Ferrol. Santi Santos, sin el cornetín de pregonero esta vez, paladeaba cada uno de los versos del himno ferrolano.
Esa canción que puede cansar cuando vives aquí -sobre todo si trasciende de las provincias a base de reportajes sobre las improbables semejanzas de Ferrol y Detroit-, pero que te pone la piel de gallina si te la ponen en un bar cuando estás lejos.
Así somos, los que pudieron escapar juraron no volver jamás, pero aquí los tienes en todas las fiestas de guardar. ¿Por qué será?
Y como todos los finales son el mismo, repetido -que diría Sabina-; al final llegó el final. Después de rogarles a unos generosísimos Pádel Rock que alargaran un par de temas más la noche y los ochenta, y como Marcial Badía aún no había cantado por los Hombres G, nos fuimos todos juntos hasta Italia.
Un día cualquiera, a la tercera va la vencida ha vuelto a demostrar que a pesar de repetir una oferta durante tres años, la gente responde masivamente. Ahí no hay lugar a dudas. Aunque sean muchas las voces críticas con el evento, el éxito del revival ochentero en Ferrol es claro.
La pregunta es, ¿llegaremos a una cuarta edición? Quién lo sabe. A lo mejor, se nos da por explorar otras épocas en el mismo formato, reviviendo los sesenta a golpe de Juan Pardo, Los Bravos, Marisol, Karina y el gran Raphael. Es una idea. Y molaba, además.
Lo que sí sé es que los integrantes de Pádel Rock se merecen un reconocimiento. No sólo por hacer de instrumentistas profesionales a grandes de la escena musical como Ríos o Cifuentes y lograr que se sientan en casa, sin un pero. Con todos los guiños sobre el escenario propios de la complicidad musical del que sabe por dónde van a ir los tiros.
También por tener la grandeza de acordarse de Julián Rico, el músico de On the band que fallecía durante su actuación en las fiestas de Cedeira, al que dedicaron una canción.
Lo merecen por haberse dejado la voz, los pulmones, las yemas de los dedos y el sudor en el escenario. Y, ¿por qué no? Sobretodo por soportar los envites de un pueblo dividido entre los que son y los que quieren ser. Entre los que construyen y los que destruyen. Entre los que pisan y los que se resisten a morir aplastados.
Muchas gracias a 360 por este bonito articulo.