RAÚL SALGADO | @raulsalgado | Ferrol | Martes 28 enero 2014 | 16:58
¿Buscas en Google y el número de teléfono del Casino aparece como respuesta destacada? Este es tu lugar. En el que se extrañan en el silencio del hogar aquellas sesiones de La Nave.
Pero ahora, si quieres música, siempre te quedará el Andrés Suárez que conmueve a jovencitas y que muchos vimos crecer, muestra de calidad exportada y exportable. Solo aquí no es necesario esperar a la Fashion Night para lucir gorra, gafas de sol, mechas o bañador. Apretado o suelto, según la moda del año.
Pantín o Doniños, nuestra Cibeles. Yo me quedo con las proximidades de la antigua caseta de Outeiro, cal en las paredes y bandera al viento. Jóvenes musculados, adolescentes que aun desconocían la existencia del autorretrato y que se conformaban con una imaginaria alfombra de arena. Escapadas de mediodía con color rubio, un pequeño patio de vecindad ataviado con el buen tiempo que ahora añoramos. Look surfero sin haber tocado una tabla.
Pasear por la calle Real y sentarse en Amboage cansado como si acabases de correr la nocturna. Ir a comprar a Coruña, pese a la fama del comercio ferrolano. Coruña que, básicamente, es El Corte Inglés. Bueno, y ahora Marineda.
Vale, y algo la plaza de Lugo, en la que hasta desembarcan comercios ferrolanos. Qué pequeño es Ferrol, qué pobre, qué decadente. Claro, Coruña es, sin duda, el nuevo Manhattan. Ojo, desde el cariño y el respeto. Mucho tengo en la ciudad de Paco Vázquez como para quererla, no creo en el nacionalismo excluyente.
Ver cómo Armas asiste a su trasiego diario desde un banco. O desde En Panes, como si de la Gran Manzana se tratase. Asistir a un botellón en el cenicero del Cantón. Arribar al Odeón dispuesto a hacer cola en el cine. Pelis americanas frente a las francesas del Dúplex. Todo vuelve: la ropa de los setenta, la cafetería del Parque de nuestros padres y los miércoles baratos en las pantallas grandes locales.
Combo de palomitas, escaleras mecánicas y filas en Zara. El que estaba en Armas, la plaza que tenía tiendas. Un Ideal Room con ropa de hombre, un Bershka con reloj en su tejado. Asombrar al foráneo diciendo que no hay que pagar por aparcar y que, agárrate, basta con un papel en el cristal. Únicos en el mundo conocido. Las patatas de La Bola de Oro, buscar las chucherías que no existen en Rico Rico.
No pisar donde las Casas Baratas empiezan. Las vistas de Chamorro. Sus rosquillas. ¿Se mantienen las borracheras el día de la romería? El miedo a lo desconocido en Velvet/Zebra/El Recreo/Ozono.
Saludar al espejo de la farmacia de Amboage mientras dejas bien clarito que solo ha resistido el Avenida. El café, no el de Dolores. La barra del Bla Bla. La terraza del Bla Bla. Ahora, también, los sofás del Bla Bla. Mejor con compañía femenina. O llevársela a una terraza del muelle en un día de viento.
Amanecer en el Super 8. Los Limones, la canción con la que se enciende la luz. Bajar en tacones por las calles más empinadas. La Verbena del Mantón, los resistentes bailes del Montón.
Empezar a detectar hippies del Festival de Ortigueira un mes antes, como si oliesen a chusma. Los conciertos de las fiestas de verano en el Reina Sofía. Cruzarse con pelones de tarde libre. FTVs frente a Naroneses de Toda la Vida, que allí la burguesía va a más.
El vértigo de los tiempos: lo que fue un Telepizza sirve ahora cenas selectas como A Taberna do Cantón. La Garufa o la Oriental del Cantegril. Creer que Caranza es una ciudad aparte y no visitarla en decenios.
La gente que va abrigada en verano -sin exagerar, que conste- y en cazadorita en diciembre. El mojo, la tortilla del Canario. Saltar el muro del Masculino para jugar al baloncesto.
Rememorar noches de infancia y dedicatorias familiares en el Música y Estrellas. Cuando la COPE era todavía más ferrolana, cuando la radio era aun más nuestra. Pensar que el vino empieza y acaba en el Rioja.
Atasco en el McDonald?s para abrevar en las horas previas a una ciclogénesis. No tener claros los límites territoriales en A Gándara, acaso por la falta de música en el Lidl. Desconcierta. Una tapa de casi cualquier cosa en Pastor. Una copa de casi cualquier cosa en algún antro de la calle del Sol.
Peatonalizar calles con vallas a golpe de una sola manzana. Y que sus terrazas pasen de moda en cuanto diluvie. Algo raro en estos pagos, por cierto. Parada Dulce existe en Coruña, pero no ocupa el bajo de Blue. Eso es ser #señero.
La sutil combinación de terraceo con postureo frente a padres precoces con niños demasiado espabilados. Eso es #Amboage. Llevar las mismas cazadoras, los mismos pantalones por dentro de las mismas botas: eso es #Inditex.
Que las diferencias sociales sigan haciendo de Ferrol el mejor ejemplo de las dos Españas. Volviendo al Casino, allí se resumen muchas cosas. Las pequeñas mesitas de la terraza. Sus bailes de Carnaval, sus desmadres de Nochevieja.
Las rondallas, bajo carpa junto a Ramón Pla. Confiar en el retorno de la lancha de Mugardos, en la puntualidad de los urbanos y en el clasicismo del antiguo Feve.
Empeñarse en decir que Ferrol es una aldea, pero situarla por encima de ciudades más grandes. Criticar a Ferrol porque estás en urbes que tampoco es que sean Londres. Hablar mal de Ferrol, en fin, de la manera que sea.
No tener dinero ni para el café, pero conquistar el mundo en plenas rebajas. En Odeón, en Parque Ferrol, en Alcampo. Dejar ropa pendiente de pago en tiendas del… espera, que alguna cerró.
Hablar del OAR como si hubieses pisado A Malata alguna vez. Las camareras del Desván a oscuras sobre la barra. Era lo más a finales de los 90. Comprar el chándal en Deportes Roma. La calle Real los domingos, una de John Ford.
Comer pipas y cruzar por el medio de una procesión como si se fuese intocable. Mejor, como ser un poco vulgar. Contraer matrimonio en San Francisco sin tener que ver con la Marina. O sí. Porque sí. O en San Julián, ahí le anda. El belén de la Orden Tercera, su despejen la entrada y los profundos aromas.
Comprar un par de cosas en el Supercor, el 99 % en el Mercadona. Lucir ropa y calzado, cenar todos los días lo mismo. Decía alguien que para lucir tipo hay que sufrir. Necesitar el coche para ir de una manzana a otra. Y aparcarlo, sí, encima de la acera. Discutir sobre racinguismo aunque solo hayas ido cuando marcaba Razov. Desafiar a la integridad humana cogiendo mal las rotondas de A Gándara.
¿A dónde conduce el arco bajo Herrera? Pista: restos de Mirinda y vinilos de un bar insólito. ¿Qué bares están petados y cuáles no? ¿Es cierto que los ingenios de Aquaciencia funcionaron algún día? ¿Negro o blanco el chocolate de la tableta de A Magdalena?
¿Dónde quedaron las oscuras golondrinas del borderío en el comercio local? Quizás algún día en Galicia sepan que aquí arriba hay una ciudad tan singular que querrán doctorarse para entender algo. Tan peculiar como el acento fingido. Así de desconocida es.
Desde el amor que me profesan, recuerdo que mi estreno laboral en la capital gallega estuvo acompañado por un «ay, eres de Ferrol». Léase con tono irónico. Y tanto que queda por contar. Tanto que se queda guardado por falta de espacio, no por miedo a nada.
Especialmente a los que se les llena la boca con los «¿en Ferrol vive alguien?», «me quiero ir de Ferrol» o «qué asco de Ferrol». Quién manda que guste, solo faltaría. Pero las raíces no se eligen. Parece que intentar esconder la realidad es tendencia. Cada esquina, cada colegio, cada grupo de amigos. Todo encierra ferrolanismo.
Siendo de vigo emigro a ferrol fines de semana alternos desde hace año y medio.
Ferrol es raro, le falta vida al centro, tiene una estructura extraña y sus baches son de lo peor, pero puedo decir que me tiene encariñada
Ferrol tiene un encanto peculiar, pasear por el muelle, visitar chamorro un dia cualquiera y comer subidos al murito. Visitar San Felipe en verano, salir de paseo un día, empezar en Caranza y acabar en Amboage y su tienda de segunda mano.
Ferrol tiene su encanto, Narón también, pero también hay que saberle encontrar el encanto a tu ciudad por muy pequeñita que sea. Lo que más falta le hace, es un empujón