ALEXANDRE LAMAS (Psicólogo) | “Esa cabeciña…” | Miércoles 7 octubre 2015 | 8:48
Mediodía. Treinta y cuatro grados a la sombra. Llevas 40 minutos metido en un atasco por culpa de una obras. El aire del coche no funciona. Al lado un tipo en un descapotable habla a gritos por el móvil. Sólo quieres volver a casa. El ruido del martillo neumático perfora tu cabeza. Estas empapado en sudor. Una mosca no para de pegarse a tu cuello, la espantas una y otra vez, pero siempre vuelve. Sólo quieres volver a casa. Unos metros más adelante hay un bus escolar, los niños han abierto las ventanas, gritan mientras arrojan bolas de papel por la ventana. Hace dos semanas que te han echado del trabajo. El atasco va para largo y sólo quieres volver a casa. Y al final estallas.
Así comienza la película “Un día de furia”, en ella Michael Douglas interpreta a un hombre que desea ir a visitar a su hija, pero parece que todo se interpone para que no lo logre. Lo que experimenta el personaje es frustración. La frustración es una respuesta emocional provocada por la incapacidad de satisfacer un impulso o deseo. En este caso el de llegar a casa para el cumpleaños de su hija. Pero la frustración no provoca directamente la violencia, según Berkowitz, la frustración nos puede provocar ira o temor y de como manejemos esas emociones dependerá si damos una respuesta violenta o no. En la película la agresión se desencadena contra los demás, pero en muchos casos la frustración provoca reacciones violentas contra uno mismo dando lugar a procesos autodestructivos.
Hay un programa en televisión llamado “Hermano mayor”, cuyo tema principal es precisamente la violencia causada por la frustración. Más allá de la veracidad del programa, la verdad es que lo que nos suele presentar son jóvenes acostumbrados a tener todo lo que desean sin esfuerzo. Estos chicos cuando se tienen que enfrentar a situaciones en las que no pueden conseguir lo que quieren, como no han aprendido a tolerar la frustración, se llenan de ira que descargan contra aquellos que consideran responsables de proveerles de todo lo que desean.
Muchas veces nosotros mismos generamos un gran sentimiento de frustración cuando nos proponemos metas poco realistas. Hace poco hablaba con Manuel que toda su vida había soñado con ser un gran futbolista. Dedicaba horas a entrenarse y era, de hecho, el mejor jugador del equipo en el que jugaba. Por eso había decidido abandonar sus estudios convencido de que solo podría ser feliz si lograba ser un fubolista de renombre. Cuando con el tiempo se dio cuenta de que los equipos importantes no se interesaban por él, comenzó a culpar a su padre de no haberle apoyado lo suficiente en su carrera como futbolista, a pesar de que el padre sacrificaba tardes y domingos en llevarlo a entrenamientos o partidos. Manuel era incapaz de aceptar sus propias limitaciones como jugador y el hecho de que su sueño no se cumpliría.
Ya que a lo largo de la vida nos encontramos con diferentes barreras que dificultan o limitan nuestros impulsos o deseos. El proceso de maduración consiste en conocernos a nosotros mismos, cuales son nuestros límites, y aceptarlos, no como una maldición, si no como un hecho natural propio de nuestra condición humana. Así podremos proponernos metas realistas que a través del trabajo podamos lograr. Así dejaremos las fantasías como lo que son, simples fantasías.
Aprender que no podemos tener todo lo que queremos o deseamos es una parte fundamental del proceso de maduración. Por eso, darle todo lo que desea a un niño, lo hace feliz en el momento, pero le impide aprender a aceptar la frustración. Porque como decía un cierto filósofo, no es tan importante hacer felices a los niños como hacer niños que sean adultos felices.
Alexandre Lamas es psicólogo y ejerce profesionalmente en Ferrol, para más información podéis visitar su página web pinchando aquí.