ALEXANDRE LAMAS (Psicólogo) | “Esa cabeciña…” | Miércoles 16 marzo 2016 | 10:48
La C, ¿verdad? Sí, sin duda es la C. Quizás esté usted pensando que estoy equivocado. Quizás esté pensando que la respuesta correcta es la B, y que eso, es algo completamente evidente. Y no le falta razón. Pero si todo el mundo a su alrededor dijese que la respuesta correcta es la C, ¿cree que respondería a esa pregunta en contra de la evidencia para adaptarse a la respuesta del grupo? La experiencia dice que es probable que sí.
En 1962 Solomon Asch llevó a cabo un experimento en el que reunía a siete supuestos desconocidos y les hacía esa misma pregunta. En realidad seis de ellos estaban compinchados con el experimentador.
El experimento constaba de varias rondas en las que se exponían dos imágenes, una de ellas con una sola raya, y otra imagen con otras tres rayas, de las cuales una era idéntica a la de la primera imagen. Las respuestas se daban en voz alta y siempre siguiendo el mismo orden. El sujeto experimental, el único que no estaba compinchado, estaba sentado en sexto lugar. Antes de que le tocase responder, escuchaba las respuestas de cinco personas.
En la primera ronda todos respondían correctamente y no hubo ningún problema. Pero en la segunda, los compinchados respondieron en bloque una alternativa falsa. El inocente, incrédulo ante las respuestas de sus compañeros, a veces cedía a la presión del grupo y otras no. Muchas veces miraba extrañado a los otros.
Pero había más rondas. Y en las rondas siguientes, los compinchados daban de nuevo unánimemente una respuesta que no era la correcta. Así una y otra vez. Y cuantas más rondas pasaban, más difícil era que el sujeto experimental dijese algo distinto a lo que decían los demás. La gran mayoría de los sujetos con los que se llevó a cabo el experimento acabaron cediendo a la presión del grupo. (Podéis ver una recreación del experimento original con algunas variaciones en este enlace.)
A los seres humanos, nos cuesta enfrentarnos a la presión grupal y eso nos obliga a actuar muchas veces en contra de nuestras propias creencias o valores. Somos descendientes de primates que vivían en grupos y para los que ser expulsados del mismo, suponía la muerte. No hace tanto, en la sociedades tribales, todavía era así. Somos animales sociales para bien y para mal.
Erich Fromm aseguraba en su libro “Psicoanálisis de la sociedad contemporánea” que algún día sería esta presión social hacia el pensamiento uniforme ejercida por nuestros amigos y vecinos, la que acabaría destruyendo la libertad del hombre. Decía, y no le faltaba razón, que ese sistema de control es peor que cualquier sistema de cámaras de vigilancia o de policía. Nadie se sale de la norma por miedo a ser expulsado del grupo, a que la sociedad lo mire mal, a ser apartado por los seres queridos.
Lo que más me llama la atención de este experimento es que estamos hablando de rayas de diferentes longitudes, la longitud de una raya es algo completamente objetivo. Imaginemos qué fuerza puede tener la presión social cuando se trata de cosas mucho más ambiguas e íntimas, como son nuestros deseos, temores, opiniones, emociones, etc. Cosas sobre las que nos cuesta mucho más estar seguros.
Al final, este miedo generalizado a que la sociedad sancione aquellos aspectos de nuestra personalidad, que siendo legítimos serán mal vistos, acaba siendo la causa de un enorme sufrimiento. Los experimentos de Asch concluían que cuanto mayor era el número del grupo, menor era la probabilidad de que se le llevase la contraria, si todos los demás opinaban de manera uniforme.
Pero en el experimento de Asch a veces se introducía una nueva variable: uno de los compinchados contradecía al grupo dando la respuesta correcta antes de que el pobre inocente tuviese que responder. Entonces, este animado por ver que otro pensaba como él, rompía con mucha más facilidad con esa disciplina.
Por eso, en contra de lo que muchos piensan, es tan importante que haya opiniones encontradas y deban poder expresarse, aunque resulten molestas, porque si no, estamos todos atrapados. Porque en algún momento de nuestras vidas, todos somos minoría
Alexandre Lamas es psicólogo y ejerce profesionalmente en Ferrol, para más información podéis visitar su página web en este enlace.