MARTA CORRAL | Ferrol | Domingo 2 abril 2023 | 9:27
El profesor José Torregrosa recibió este sábado en el teatro Jofre un homenaje orquestado por sus compañeros de Fuco Buxán, el Club de Prensa y el Colegio Ludy. Un acto que contó con el respaldo del Concello de Ferrol y al que todo el mundo acudió con el corazón en la mano y el agradecimiento en la cabeza, celebrando la vida de un hombre que ha querido transitarla en un plano discreto, pero repartiendo generosamente su sabiduría, casi siempre en un goteo de hermosas citas.
Un día antes, este pasado viernes, quedé con Torregrosa en el Caribe. No piensen en un Caribe sofocante y dulzón al que llegamos después de un vuelo transoceánico, sino en otro que tenemos más a mano, el de Manolito, en la plaza de España. Me esperaba allí tomando un té que se le enfrió por mi culpa, empeñada yo en preguntar y él en responder. Lo había escuchado en presentaciones, lo había leído, lo había escuchado en la radio y lo había visto en la película del 72, pero nunca había hablado con Torregrosa a pesar de ser también el tío de una querida amiga.
Me cuenta que la tristeza se metió en su casa desde que su suegra enfermó y los recuerdos se le escurren a ella por las rendijas de la memoria. Me dijo que él mismo sufrió dos ictus y que midió la magnitud de aquello cuando se dio cuenta de que no sabía pronunciar el nombre de sus hijas. «Úrsula y Gabriela, por Cien años de soledad». «Valoro el afecto de mis amigos y compañeros y digo, ¡dios mío!, pero si hay miles de compañeros que podían estar en mi lugar. He conocido gente maravillosa y me gustaría mucho más ser el homenajeador y no el homenajeado», me decía el profesor sobre el acto del sábado.
Le comento que estoy segura de que él ha estado en ese otro papel más veces y zanja: «porque lo merecían. Hay gente estupenda en esta vida, como Pillado, por ejemplo, al que menciono porque acaba de morir. Pero su madre, María Lista, era otra mujer absolutamente digna de 50 homenajes». Cita a Violeta Parra y su Gracias a la vida antes de añadir que «estoy agradecido de haber conocido a gente tan hermosa, mereció la pena».
Se adelantaba Torregrosa al acto del Jofre para insistir en que no querría «darle trabajo a esta gente amiga» ni que fuera un día de «abril, aguas mil, que estemos todos llorando y que me vean mis nietos lloriqueando». Le gustaría, dijo, «felicitarnos los unos a los otros de haber vivido esa lucha en favor de la democracia» y eso es lo que ha ocurrido, precisamente, con las emociones que han estado a flor de piel.
La conciencia de la libertad
«¡Enhorabuena, Torregrosa!», nos interrumpe un hombre que se acerca para felicitarlo con cariño y sigue su camino. Desde la terraza, en su barrio natal de las Casas Baratas, el profesor saluda a unos y a otros. «Yo tomé conciencia cuando empiezo a despertar a la vida y vi que a mi padre, que era marino, lo expulsaron de la carrera. Vi lo que sufrió mi madre con aquello. Luego empecé a conocer a la gente que estaba luchando en sindicatos clandestinos y empiezas a sentir que tu obligación es estar a su lado en lo que puedas», expone.
«La dignidad de esa lucha es la que me ha hecho sentir la necesidad de estar con los otros todo el día y toda la noche hasta que no esté yo, pero estará otra gente en el mismo puesto», responde, cortándome al poco de empezar a plantear una cuestión en segunda persona del singular: «No es ‘yo hice’, muchos hicimos. Por eso siento que no soy yo, es la vieja historia de Fuenteovejuna, todos a una. Hemos sido así y ya te digo que me da la sensación de que ha valido la pena aunque haya pasado dolor y uno, a veces, haya sentido miedo».
Honestidad y dignidad
El testimonio de Torregrosa en la película del 72 de Roi Cagiao es uno de los más sobrecogedores, por honesto y también inusual. Relata ante las cámaras como él rompió en uno de los interrogatorios, precisamente cuando le amenazaron con detener a su padre, y nos recuerda con ello que el enemigo no eran los camaradas a los que les flaquearon las piernas ante la barbarie, sino aquellos que promovieron la barbarie en sí: «Es duro, de pronto, que una mente cruel te diga que eso sobre una persona que se quedó sin carrera, que lo echaron. Y mi madre, en Cartagena, perdió dos hijos en 20 días por falta de azúcar. El sufrimiento de mis padres por eso, por el fascismo constante, incluso me duele mucho contarlo todavía».
Quiero saber cómo recuerda Torregrosa aquel centro social de Santa Mariña al que Ánxela Loureiro le acaba de dedicar su último libro y que cerró la Policía franquista antes de los sucesos de marzo de 1972. Me confirma que «fue un oasis de libertad increíble dentro del fascismo imperante. Un oasis de gente que luchaba, que pensaba, que cantaban juntos. Ese ser siempre tú y el otro. El cine… Era avivar el recuerdo de que había algo más que franquismo rondando el ambiente y fue muy hermoso».
Poesía, teatro, prensa
Torregrosa estuvo en la cárcel de A Coruña nueve meses en los que se entregó a la poesía y después se fue a Madrid un par de años a llamar a las puertas de teatros y directores para ofrecer sus obras dramáticas: «Fue una aventura maravillosa. Lo mío siempre fue Puro teatro, como dice la canción. Después regresé y desde el Magisterio fui haciendo teatro para niños y me llenó de felicidad». Le recuerdo que también llegó a hacer radioteatro con Miguel Castro, uno de sus pupilos que también intervino en el homenaje.
«Es que las vidas son como acordeones: se empiezan a estirar y están llenas de sonidos maravillosos. Esa es la parte que uno recuerda con una sonrisa. A veces es difícil la felicidad, pero sin eso no podríamos vivir». Le recuerdo yo ahora a Camus y a la carta de agradecimiento que escribió tras ganar del Nobel al que había sido su maestro, Louis Germain, para preguntarle si recuerda algún profesor tan importante en su vida: «Don Victorino, que empecé a leer gracias a él. Y doña Ludy también, claro. Además, los maestros que han sido mis compañeros. Ojalá fuera yo como ellos. Hermosa tarea la de enseñarle a los niños a ser personas».
Pianista por un día
A un hombre tan polifacético como Torregrosa, ¿le queda alguna espinita? «Canto fatal, no puedo cantar», confiesa divertido mientras recuerda una anécdota. «Yo quería tocar el piano y una profesora me dio clase solo un día. Me tuvo como alumno y me dijo: ‘Mira, hijo mío, mejor no intentar el DO RE MI contigo‘. Ese fue mi día de pianista». Entre risas me cuenta su periplo escribiendo en prensa como La Voz de Galicia o Diario de Ferrol, «según el policía que me interrogaba yo era un gacetillero», cuando escribía sobre cultura y sociedad.
Cita en este punto a Goytisolo y sus palabras para Julia: «La vida es bella, ya verás / como a pesar de los pesares / tendrás amigos, tendrás amor. ¡Qué más se puede pedir! Ahí llegaremos y mis nietos, ojalá, sean felices». Le digo casi para finalizar que me hable de Fuco Buxán y se le ilumina la cara de nuevo: «Es un soplo de esperanza de vida, de democracia, de un mundo mejor. Recuerdo a los que se marcharon, a Marichy Cuadrado, a Carmelo Teixeiro, a Julio Aneiros… Es tremendo porque al mismo tiempo no se han ido, han dejado el trabajo hecho. Fuco es una forma de vivir el compromiso con los demás y ha sido hermoso, maravilloso».
El regreso a la lucha
Me interesa qué piensa Torregrosa sobre al fascismo ahora, de nuevo ocupando escaños en el Parlamento, y su respuesta es un lamento, pero quizá no en el sentido que imaginan los que no le conocen mucho, confirmando su humanidad: «Hay una cosa que me causa un doble dolor. Esa pobre gente fascista capaz de todas esas maldades, esa crueldad, ese desmoronamiento de la sociedad… Qué pena que no conozcan alguna vez la felicidad de ser otro. Qué pena. No podía ser más desgraciado alguien que hace mal a los otros, qué desgraciado ¡dios mío!».
Con el té ya frío, quiero saber qué piensa el maestro sobre la falta de compromiso actual: «Nos deja pensamientos tristes, pero también llegará el día que volverá esa conciencia. Que tendrá que despertarse y en algún momento se despertará y volverá la lucha. Y volverán a la lucha como lucharon otros en otro momento», confía Torregrosa, que da un sorbo al final para comprobar resignado que no podrá ya terminarse la taza. Lo acompaño un tramo y me despido de él en la esquina donde estaba el Bambú Club, lo veo alejarse por el paso de cebra con el firme propósito de cumplir con la tarea que le ha encomendado su mujer: comprar el pan. Y que nunca nos falte.
Magnífica entrevista a unamagnífica persona