Antón Mera en el exterior del Caracas, el templo de los folkies que acuden al Festival de Ortigueira (foto: M.C.)
MARTA CORRAL | Ortigueira | Domingo 17 julio 2016 | 13:30
En el extremo opuesto de aquellos que hacen de Morouzos su campo de batalla y, a veces, ni siquiera saben que ahí abajo, en el pueblo de Ortigueira, hay unos conciertos que son la razón de ser de un festival que ha cumplido 32 ediciones, están los folkies.
Caminan por la villa con un bulto al hombro que es una prolongación de ellos mismos. Dentro, quizás se escondan algunos whistles, una gaita, su pandereta festivalera, un bouzouki o tal vez un bodhran. Aglutinan, además, a su espalda, años y años de experiencia en este rincón de Ortegal.
Aquí han hecho amigos a base de sesiones maratonianas bajo la parra de ese bar, el que está al final del paseo, en el que nadie es un extraño y donde siempre encontrarás a alguno de los tuyos: el Caracas.
Detrás de su barra, con una sonrisa las más de las veces aunque el trajín la distraiga por momentos inevitablemente, nos espera Antón Mera. Lleva aquí despachando Estrellas Galicia y licores cafés desde que en 1978 empezó esta locura que se les ha ido de las manos.
«Las cosas han cambiado mucho», confiesa. «Cuando esto empezó éramos los chavales del pueblo los que montábamos el escenario, pegábamos carteles y organizábamos todo». Ahora, admite, con los años todo esto se ha ido externalizando y el festival ha dejado de ser una cita promomiva por los vecinos.
Recuerda que ese primer festival, que surgió de un grupo de vecinos enganchados a la música celta que pusieron en marcha una asociación cultural, se celebró coincidiendo con las fiestas de la patrona de la villa, Santa Marta -29 de julio-, tuvo como escenario el colegio y como pregonero al intelectual gallego Xosé Fernando Filgueira Valverde: «Había llovido muchísimo. Empezó tocando la Banda de Gaitas de aquí y tuvieron que parar. Algunos reclamaron el precio de su entrada, porque de aquella era de pago», relata.
Acababa de morir Franco y muchos vecinos miraban de reojo la llegada de aquellos hippies melenudos: «Había quien se encerraba en casa y no salía durante esos días», admite. Pero con el paso de los años Ortigueira ha sabido bailar al son de las gaitas y el festival ha esculpido la idiosincrasia de este pueblo que ve multiplicada su población por diez durante estos días de julio.
La pared del Caracas es un homenaje al festival, con carteles de todas y cada una de las ediciones (foto: M.C.)
Ortigueira es el festival más antiguo de cuantos se celebran en Galicia -le gana por dos años al de Pardiñas-, y a pesar de haber albergado en ocasiones a cientos de miles de personas -las ediciones de 2008, 2009 y 2010 fueron las más multitudinarias-, Antón presume de que nunca haya ocurrido ningún suceso que lamentar: «El ambiente es muy tranquilo y la gente viene a disfrutar, a pasarlo bien. Si hay alguno que se pasa, el resto en seguida le pega el toque. Hay muy buen rollo», afirma.
«Hubo años en los que no se podía andar por las calles de la marea de gente que había. Ahora esto es más tranquilo y hemos pasado unas ediciones con menos público, pero parece que empieza a despuntar de nuevo. Es algo cíclico», analiza Antón desde la perspectiva de aquel cuyos años de experiencia le hacen conocedor de los ritmos de la cita folk.
Estos días, por su terraza, ha pasado un buen número de los músicos que tocaban en el escenario principal: «Los gallegos no fallan nunca, siempre pasan a tocar unas piezas», dice, «aunque lo cierto es que yo estoy a tope y nunca puedo prestar toda la atención que quisiera». También los artistas internacionales que deciden hacer una escapada por el ambiente festivalero antes de retirarse a su hotel han caído en las redes del Caracas, como el propio Michael McGoldrick y su banda, que hicieron vibrar a la Alameda hace siete años.
«Los que están siempre aquí, año tras año, son los músicos de Alén de Ancos y BÖJ, esos no fallan», sonríe Antón, enumerando a Fausto Escrigas, Pablo Vergara, Pablo Díaz, Rubén Gómez o Hannah Kitts, habituales de las sesiones caraquianas hasta el amanecer. Esas que empiezan con tres músicos hilando temas alrededor de unas birras y acaban con un centenar de personas tocando y bailando alrededor, felices de haber descubierto este rincón donde el otro festival, el más auténtico, se vive a flor de piel.
Foto de archivo de una de las sesiones del Caracas, con la violinista y bailarina Hannah Kitts en primer término (foto: M.C.)
El Caracas se ha convertido en el reducto de los folkies más fieles y, por ello, ha sido protagonista de documentales como Ortigueira: ecos de Finis Terrae, dirigido por las norteamericanas Biliana y Marina Grozdanova, creadoras del la productora El Jinete Films que se estrenó en 2013: «Ellas coincidieron aquí también con otra chica que estaba documentándose para su tesis sobre el Festival que hacía en la Universidad de Lisboa», cuenta Antón, que en un principio se muestra reacio a conceder entrevistas porque «siempre os acabo contando lo mismo», dice divertido.
Él y el personal que tiene que contratar a mayores para hacer frente al incremento de clientes durante los días de festival afrontan este domingo su última jornada festiva, con un ojo puesto, como siempre, en la cita del año que viene. Volverán entonces al Caracas, como todos los años, los mismos rostros trayendo a otros nuevos, la música en directo, el buen rollo y la sensación de haberse topado con un oasis en suelo ortegano.
Los folkies entrados en años ya saben por los consejos que les dimos el año pasado, que el bar de Antón es parada obligatoria. Obligado es también agradecerle que siga ahí, al pie del cañón año tras año, siendo el símbolo del Mundo Celta que es, cuidando la esencia más pura del Festival como un José de Arimatea moderno que custodia en su local el Santo Grial de la cita ortegana.